El hombre que sabía demasiado o demasiado poco
«Es definido uno por los amigos que tiene, que nunca el sabio concordó con ingnorantes» (Baltasar Gracián, 'El arte de la prudencia')
Salió Pedro Sánchez vestido de funeral con el único objetivo de convencernos de que él no era el muerto, sino el empleado del tanatorio. Parecía ... policromado, como un Ecce Homo barroco a punto de salir en procesión. Escogió para la cara un barniz muy oscuro, casi negro, ensayó su gesto más compungido, pidió perdón «a la ciudadanía» y luego, por si las moscas, aclaró: «Esto no va de mí o de mi gobierno».
Anunció una medida expeditiva, fulminante, decisiva, impactante: va a encargar una auditoría externa. Las auditorías externas son la forma neoliberal de llamar a las antiguas comisiones de investigación o a los viejos que juegan al mus en el casino. Recuerdo que Cospedal también anunció una auditoría cuando los jueces (antes de volverse fachas), la UCO (antes de volverse golpista) y los medios de comunicación (antes de volverse máquinas del fango) empezaron a fijarse en un tal Bárcenas.
La renovación es urgente, en efecto, y hay que empezar por los asesores. ¡No puede ser que Sánchez calcara el discurso de Rajoy! Él también pidió perdón «a la ciudadanía», él también quiso hacer ver que aquello no iba consigo. Hay que cambiar el libro de texto, al menos en su capítulo II: Teoría y Práctica del Escurrimiento de Bulto.
Santos Cerdán (que ha resultado ser mucho más Cerdán que Santos) no era un diputadillo cualquiera al que un buen día se le fue la mano. Al Tito Berni podíamos considerarlo una excrecencia del sistema, un forúnculo maligno pero fácilmente extirpable. Sin embargo, Ábalos y Cerdán eran el sistema mismo y controlaban no solo el partido, sino también el Ministerio con mayor presupuesto de todo el Gobierno.
Alguien los nombró. Alguien hizo la vista gorda cuando las informaciones (¡bulos!) comenzaban a arreciar. Alguien no explicó por qué destituyó a Ábalos y por qué luego, dos años después, lo rehabilitó y lo volvió a meter en las listas, brindándole un bonito y confortable aforamiento. Alguien no preguntó qué hacía un antiguo portero de puticlub entrando en todos los ministerios con las ínfulas de un secretario de Estado. ¿Nadie avisó a nadie de que estaban colocando a dedo a prostitutas en empresas públicas? ¿Para qué sirven entonces 800 asesores? Ni siquiera cabe el habitual recurso al quién lo iba a decir: Víctor de Aldama era exactamente lo que parecía y se paseaba a cuerpo gentil por las plantas nobles de Ferraz y por las sedes ministeriales. De Leire ya ni hablamos.
Según cómo avancen las investigaciones podremos deducir qué sabía Sánchez. En el fondo, como sucedía con Rajoy, da lo mismo: uno puede ser culpable por acción u omisión, incluso por ignorancia dolosa. El papelón lo tiene ahora el PSOE, que quizá pronto se vea en la disyuntiva de ahogarse disciplinadamente con su líder o de arrojarlo por la borda y tratar de mantener la nave a flote con un nuevo capitán que huela a limpio.
Aunque tal vez no debamos ser tan tremendistas. Siempre queda la reconfortante opción de llamar a Tezanos: en su universo rosa, este escándalo es justo lo que le faltaba al PSOE para alcanzar la mayoría absoluta.
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