El inesperado golpe del cushing
Lorena Mazzarello, de Navarrete, lleva más de tres años buscando la salida de un laberinto de dolores, fatiga, obesidad repentina e incomprensión
Hasta hace tres años y medio, Lorena Mazzarello tenía otra vida. Trabajaba, caminaba, corría, trepaba por los árboles para alcanzarles almendrucos a los sobrinos, salía ... en bici por los caminos de Moncalvillo, no paraba quieta. Era menuda y de rostro afilado; pesaba 60 kilos. Nacida en Buenos Aires y residente en Navarrete desde hace veinte años, iba engarzando oficios sin descanso. Fue profesora de Historia en Argentina, pero aquí ha trabajado de operaria en una fábrica, de camarera en varios bares, de vendedora en una zapatería, de empleada en una empresa de eventos... «Lo que fuera. Siempre fui una persona de hacer muchas cosas a la vez; un día llegué a trabajar 19 horas», recuerda.
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La conversación tiene lugar en la terraza del Casino de Navarrete, con las mesas a la sombra. Es una mañana templada de verano. Hay poca gente en la plaza. De vez en cuando se ve algún peregrino que baja de la iglesia. Lorena bebe sorbitos de agua mientras busca en el móvil fotografías de hace cinco o diez años, cuando era ella misma. Quiere que el periodista compruebe la diferencia. En tres años engordó sesenta kilos; los últimos treinta casi de golpe, entre mayo y noviembre de 2024, cuando ya ni siquiera podía andar. La cara se le hinchó y perdió todos sus ángulos. Llegó a pesar 122 kilos. Le costó muchos meses, muchos médicos y muchas lágrimas saber por qué.
El relato de su enfermedad arranca en los últimos días de diciembre de 2021. «Fue dos o tres semanas después de ponerme la segunda vacuna del covid –explica–. Comencé a tener dolores articulares muy fuertes, cada vez en más sitios, pero sobre todo en los tobillos y en los pies». Primero pensaron en una lumbalgia, luego en una fascitis plantar, pero las radiografías descartaron cualquier problema en los huesos. El reumatólogo le hizo pruebas y concluyó que no tenía artritis ni artrosis. Estaba bien.
¿Estaba bien? Las molestias arreciaban y se repartían por todo el cuerpo. Había comenzado a engordar y no encontraba el modo de bajar de peso. «Cada vez me sentía peor y yo solo quería volver a ser como antes», repite. Las visitas a los médicos continuaron: a veces en la Seguridad Social y a veces por lo privado. «Yo tenía un seguro médico, que luego me dejó en la estacada, pero lo que necesitaba era rapidez, saber cuanto antes lo que me estaba pasando», insiste. Entre los médicos hubo de todo: gente que la comprendía y gente que la despachaba con una mueca de hartazgo, como si solo fuera una hipocondriaca a la caza de enfermedades fantasmales. «Para la subida repentina de peso me recetaron unas inyecciones de 180 euros que te dejaban saciada. No comía casi nada porque ni siquiera tenía ganas y aun así seguía engordando y engordando. Lo peor es que tuve que aguantar oírle decir a un médico: 'algo comerás'. Ni una prueba me mandó. Me gustaría verlo hoy», apostilla; hay en sus ojos más tristeza que ira.
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Cortisol, tumor y operación
Tras muchos diagnósticos fallidos, la solución le llegó en enero de 2024. Relata que un día, en la consulta de una endocrina, su madre, Cristina, sugirió que le hicieran una prueba de cortisol. La médica lo vio oportuno, ordenó una serie de análisis y en pocos días, como en una novela negra, apareció el culpable: sus niveles de esta hormona, normalmente liberada en episodios de estrés, estaban disparados. Más de dos años después de que le comenzaran a doler las articulaciones, habían encontrado al principal sospechoso: el síndrome de cushing. Una enfermedad, considerada rara, causada por la presencia en el cuerpo durante mucho tiempo de tasas elevadas de cortisol. Entonces Lorena entendió muchas cosas. Entendió, por ejemplo, por qué llevaba casi un año sin poder apenas dormir por las noches. «Era un búho –dice–, caía rendida cuando no podía más, como los niños, pero era como si estuviera hasta arriba de cafeína». También entendió por qué estaba engordando sin remedio, por qué se le había puesto la cara de luna llena, por qué le había crecido una pequeña joroba en la parte posterior del cuello.
Una vez detectado el culpable, había que buscar el origen. Una resonancia cerebral lo encontró a los pocos días: Lorena tenía un tumor benigno en la hipófisis, en la llamada 'silla turca', un nicho pequeño que se encuentra en la base del cráneo. Era operable. Ahí comenzó otro inesperado viacrucis: un día antes de ser intervenida en el hospital Puerta del Sol, en Madrid, mientras ella se debatía entre el miedo y la esperanza, su seguro le negó la autorización con un e-mail. «Pretextaron que se trataba de una enfermedad preexistente. Me puse fatal. ¡Pero es que además tenía mucho miedo a morirme! ¡Tenía un tumor en la cabeza!», exclama. Acudió entonces a su médico de cabecera, en Navarrete, a quien agradece su apoyo continuo, que la remitió con urgencia a un endocrino de la Seguridad Social. Seis meses después, tras repetir toda la sucesión de pruebas quirúrgicas, fue operada con éxito en Pamplona.
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«La pasé... mal», resuelve con ese suave acento argentino que aún conserva. Todavía no ha vuelto a ser la misma. Ha adelgazado casi treinta kilos, pero sufre hemorragias y se fatiga con facilidad. A veces, cuando narra su enfermedad, se quiebra y no puede sujetar las lágrimas: «¿Sabes lo que es que, con 45 años, tenga que venir tu madre a vestirte a casa porque tú no puedes?» Le gustaría recuperar su vida anterior, la que llevaba hasta el año 2021, pero todo le cuesta un mundo. «Intento caminar, me fuerzo, aunque luego no puedo ni moverme», dice. Se queja de que han presionado a su médico para que le diera el alta cuando aún sufre muchos dolores musculares y no es capaz de hacer esfuerzos sostenidos. Una vez operada, lamenta sentirse abandonada en la recuperación: «Mis pechos han pasado de una talla 95 a una 120 y eso me provoca fuertes dolores de espalda, pero no me operan porque dicen que es una cuestión estética. ¡Pero yo no quiero ser Claudia Schiffer! ¡Yo quiero volver a ser la de antes! Tampoco te derivan a una nutricionista para que te ayude a recuperar el peso normal; como mucho te sacan una dieta estándar por internet para que te apañes. Es una cuestión física, pero también psicológica. Me duele verme al espejo; me veo deforme. Estoy con ansiolíticos y antidepresivos».
Eso es –advierte– lo que le ha movido a contar su historia en esta tibia mañana de verano. «Quiero que la gente conozca lo que es el cushing. Con un simple análisis de cortisol me podía haber ahorrado tantos disgustos. Y también pido más ayuda médica para la recuperación».
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