«La Iglesia necesita una reforma profunda»
Gerardo Cuadra | Arquitecto y sacerdote ·
A sus 92 años, Gerardo Cuadra ya no proyecta edificios, pero prepara un ensayo sobre la experiencia artísticaGerardo Cuadra (Logroño, 1926) posa en su despacho. Tiene 92 años y algún achaque, pero luce un hermoso cabello blanco, camina erguido, conversa con chispa ... y aguanta sin rechistar las instrucciones del fotógrafo. Está rodeado de libros, papeles y varios ordenadores. «Cómo ha cambiado todo -suspira-; me siento un analfabeto». Ya no proyecta, pero sigue trabajando: ha desempolvado la tesis doctoral que jamás leyó y poco a poco, con paciencia de orfebre, la está transformando en un ensayo sobre la experiencia artística. También sueña. «A veces sueño que estoy dibujando o que estoy dirigiendo una obra», sonríe. En Gerardo Cuadra se juntan dos vocaciones absorbentes, dos oficios paralelos, la arquitectura y el sacerdocio, en los que siempre ha ido por libre.
- ¿Qué fue primero, la arquitectura o el sacerdocio?
- La arquitectura. Yo ya era arquitecto cuando surgió mi vocación sacerdotal. Incluso me rebelé antes de asumirla.
- ¿Se rebeló?
- Sí, porque había dos cosas que me ilusionaban: trabajar como arquitecto y formar una familia. Sentí la vocación sacerdotal, pero me costó aceptarla. ¡Podría contar muchas anécdotas! Hasta que una vez, caminando por el barrio de Argüelles (Madrid), me dije: Gerardo, no te engañes. Tuve la suerte de contar con el apoyo de un sacerdote muy inteligente, también de vocación tardía, y al final lo asumí y entré en el Seminario.
- ¿Alguna vez han colisionado sus dos vocaciones?
- No. He tenido problemas con ambas, pero no porque interfirieran. Cuando yo vine a Logroño, encontré más facilidades para trabajar como arquitecto que como sacerdote.
«Es un disparate y un error. Es ya el único espacio en el que la mujer solo tiene sitio para fregar, limpiar y atender a los curas»
la mujer en la iglesia
«Se está abusando de la arquitectura espectáculo»
el guggenheim
«De todas las bellas artes, la que más sufre con el tiempo es la arquitectura. A mí ya me han derribado varios edificios»
la posteridad
- ¿Cómo pudo ser eso?
- En el primer cargo que me dieron en la diócesis no duré más de unos días. En la primera reunión que tuvimos, el entonces obispo, don Abilio del Campo, me desautorizó. Empecé a tener dificultades. Yo había sido presidente nacional de Acción Católica, tenía amistad con mucha gente... y quise empezar a hacer cosas; pero don Abilio sistemáticamente me decía que no. Así que fui ejerciendo de sacerdote por mi cuenta, formando un grupo de cristianos de base, sin parroquia asignada. De modo que mi labor como sacerdote, que no he olvidado nunca y a la que he dedicado mucho tiempo, ha ido por libre.
- ¿Alguna vez quiso dejarlo?
- No. Habré tenido problemas, pero nunca he pensado en abandonar el sacerdocio. Llegaron incluso a ponerme una denuncia tras una conferencia que di en el colegio de La Enseñanza, y en la que estaban presentes el gobernador civil y el militar. ¡La que se organizó! Pretendían incluso quitarme el pasaporte. Y eso que yo nunca he sido peleón. Me da casi vergüenza recordarlo porque no había motivo. El único motivo es que este era un país con una enorme estrechez de miras, tanto en la sociedad como en la iglesia. Como dirigente de Acción Católica, pude viajar a varios países y conocer algo más; algo muy diferente al planteamiento religioso español. Recuerdo que una vez, en una reunión en Lyon, pensé: «Gerardo, una de dos, o estos no son católicos o a ti te están engañando».
- Usted completó sus estudios eclesiásticos en Roma durante el Concilio Vaticano II. ¿Ha perdido la Iglesia este impulso?
-Sí. Eso fue muy claro. No sé si estas cosas las debo decir, pero pienso que el pontificado de Juan Pablo II fue muy largo y con una orientación ideológica muy clara. Eso es lo que ha heredado nuestro Papa, Francisco, y lo que le está creando muchas dificultades.
- ¿Y confía usted en que Francisco sea capaz de superarlas?
- No lo veo imposible y está haciendo lo que puede. Pero la realidad es que una gran parte del episcopado y de los cardenales no están en su línea. Es evidente que hay una parte de la Iglesia que no acepta los planteamientos del Papa. ¡Si hasta se ha llegado a hacer pública una petición de dimisión! Pero yo he oído a personas que habían abandonado la Iglesia decir que con este Papa podrían regresar.
- Y encima surgen los escándalos de pederastia.
- El problema es que la Iglesia no se haya enterado de que no estamos solo ante un pecado, sino ante un delito civil. Y lo ha tratado como un pecado; un pecado que se puede confesar y perdonar. Y eso no es así. La Iglesia no es una sociedad perfecta, como estudiábamos en el Seminario, sino una parte de esa gran humanidad que tiene sus leyes y sus normas. Personalmente, estoy convencido de que la Iglesia necesita una reforma profunda. En sus estructuras y en su lenguaje.
- ¿Y ahí cabría el sacerdocio femenino o el final del celibato?
- El celibato no es más que una norma que empezó a implantarse allá por el siglo V. El problema es que la gente le ha acabado dando más importancia a eso que a lo sustancial: no importa que un cura trabaje mal o poco, pero... ¡ay como haya tenido un roce con una mujer! Ahora bien, no debemos olvidar que quitar el celibato crearía a la Iglesia muchos problemas organizativos, de gestión, económicos... Conozco estudiosos que, como yo, están contra el celibato, pero que no se atreverían a quitarlo por los problemas que generaría.
- ¿Y el papel de la mujer?
- Es un disparate. La Iglesia es ya el único espacio en el que la mujer solo tiene sitio para fregar, limpiar y atender a los curas; pero sin ninguna responsabilidad. Eso es un error.
- ¿La Iglesia tiene futuro?
- Esa conciencia de que el hombre pinta poco y esa intuición de que tiene que existir algo más, algo misterioso, es lo que da lugar a las religiones. Pueden pasar por un periodo de crisis, pero no creo que vayan a desaparecer. Porque en el fondo el hombre tiene conciencia de que hay algo que él no atrapa. Recuerdo que una vez, de niño, en la Plaza del Mercado, me paré y dije: 'Hay algo más que esto que vemos y tocamos'. Y entonces no pensaba en ser sacerdote ni nada parecido. Es la intuición del más allá. Otra cosa es que luego las religiones se formalicen de mil maneras distintas o que no esté de acuerdo con algunas normas concretas de la Iglesia.
El arquitecto artista
- Usted dijo que uno de sus maestros en la Escuela de Arquitectura, Sáinz de Oiza, daba una visión humanística a propósito de cualquier enseñanza técnica. En esta sociedad tan especializada y tecnificada, ¿hemos perdido esa visión humanística?
-Sí, y es algo peligroso. Lo que valoramos son otras cosas: el dinero, el vivir bien. ¡A mí casi me escandaliza lo del fútbol! No me parece mal en sí, pero me impresiona ver a decenas de miles de personas en un estadio. Además eso vale mucho dinero: es el negocio de grandes empresas económicas.
- ¿El arquitecto es un artista o debe al menos intentar serlo?
- Lo tengo muy claro: el arquitecto es un artista. Debe serlo. Otra cosa es que utilice unas técnicas más complejas que las del pintor o el escultor. Yo comprendo que haya gente a la que no le guste mi manera de entender la arquitectura, pero también tengo claro que entonces no puedo trabajar con ellas. Si yo tenía un proyecto y estaba aprobado, lo defendía. Me podré equivocar, pero tengo que defender en lo que creo.
- ¡Y luego dice que no es usted peleón!
- No he sido luchador, no he abierto caminos, pero sí he mantenido mi manera de pensar como arquitecto y como sacerdote.
- ¿Qué pecados no perdona usted en la arquitectura?
- Para hacer una buena obra es necesario un buen arquitecto, con cabeza y sensibilidad, pero es fundamental que cuente con un buen contratista. La ejecución adecuada es fundamental.
- Su arquitectura es racional, sobria, incluso introspectiva. ¿Qué le parece la arquitectura-espectáculo? ¿Qué piensa del Guggenheim?
- A ver..., digamos que tengo unas ciertas reservas. En el Guggenheim las formas se utilizan para los espacios comunes, que permiten más libertad. Pero cuando hay que exponer obras se utiliza la planta cuadrada con iluminación cenital. Al final las obras de arte tienen sus exigencias: de luz, de tamaño, de distancia... Se está abusando de la arquitectura espectáculo.
- ¿Es síntoma de una sociedad demasiado preocupada por el derroche y la apariencia?
- Posiblemente. Cuando la sociedad lo respalda, es que existe una cierta conexión.
- Algunas de sus obras han recibido cierta contestación popular, especialmente en sus intervenciones en el patrimonio artístico.
- Siempre encuentras personas con apego a lo tradicional, a las que cualquier intervención les asusta. Pero cuando tuve mayores problemas fue en Santo Domingo de la Calzada, al desmontar el retablo y ubicarlo en otro lado. Hubo muchas broncas y tensiones. ¡Hasta hubo personas que rezaban el rosario para que me convirtiera! Pero lo hice y quedé muy contento.
- ¿Y cómo recibe las críticas?
- Hombre, no puedo decir que no duelan. El arquitecto no puede ser insensible. Sus obras son como sus hijas.
-¿El apego al barroco nos define de algún modo como sociedad?
-Creo que el cristianismo español es tremendamente barroco: en sus imágenes, en su lenguaje, en sus ceremonias... Es un barroco que a mí me gusta menos que el que se ve en Alemania o en Suiza.
- ¿Piensa en la posteridad?
- Tengo una cierta esperanza en que perdure una parte de mi obra, empezando por la que muchos consideran que es la mejor, la iglesia de La Unión. Aunque tengo claro que, de todas las bellas artes, la que más sufre con el tiempo es la arquitectura. A mí ya me han derribado varias obras por razones urbanísticas, económicas...
- ¿Y en la muerte?
- Lo afronto de manera natural. Tengo muchos años y sé que el fin está cerca. No quiero obsesionarme, pero sí pienso en ella. Quizá mi creencia religiosa me ayude a aceptarlo. Y el más allá..., es un misterio. Estoy tranquilo.
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