Discapacidad y violencia de género, un tándem complejo

El objetivo es empoderar a las mujeres con discapacidad a través de la formación, del empleo y del emprendimiento «considerando su perfil y su entorno», explica Alonso. Todo ello a través de una figura que denominan 'compass', que en la práctica es la persona que les acompaña en un ciclo de recuperación que comienza con una entrevista personalizada de la que extraen su perfil, las cualidades, expectativas, talentos... y continúa con la formación, que puede ser en competencias blandas, digitales o incluso en autocuidado y autoeficacia. «En todas estas competencias que creemos que son necesarias para que logren participar en el entorno personal y social», precisa.

La meta es que encuentren un empleo, por tanto, la colaboración con el tejido empresarial es indispensable. «Si queremos que ellas logren ese empoderamiento final que consideramos que es encontrar un empleo, que es el que les va a permitir tener una independencia, tienen que ser las empresas las que nos acompañen en este proceso». Entre trabajadora y empresa hay un compromiso de confidencialidad y sólo la persona que la acompaña conoce la historia que tiene detrás y sólo ella informa a las empresas de lo que necesiten acerca de las mujeres, lo que les permite protegerlas también dentro de sus puestos de trabajo.

Sobre el papel el proceso puede parecer sencillo, sin embargo la realidad es más compleja porque en muchos casos las mujeres que llegan a Inserta ni siquiera se reconocen como víctimas de violencia de género y es en la entrevista cuando cuentan los episodios vividos y si lo consideran entran al programa Mujeres ON-VG.

Es «un proyecto muy especial, pero hay testimonios muy duros y luego necesitas recomponerte un poco». Entre todas –desde que se puso en marcha en 2020 acompaña a 38 mujeres– hay situaciones extremadamente complicadas con mujeres que por su discapacidad son incapaces de identificar la gravedad de lo que les está sucediendo y que recurrentemente buscan ese perfil de hombre. «Mujeres que incluso acuden a prisión a ver a sus agresores, porque de alguna manera se sienten enganchadas a ellos. Se sienten tan poco visibles y tan poco queridas y tan poco reconocidas que pese a que la persona que creen que les quiere continúa agrediéndolas, ellas siguen ahí».

El objetivo de Alonso Algarabide es hacerles entender que están siendo víctimas de violencia de género y que «cualquier cosa que les hagan, cualquier frase que les digan, cualquier intento de cruzar los límites es agresión. Pero es la discapacidad la que no les permite verlo. Hablamos de discapacidad intelectual, y es muy complicado».

En total, han intermediado en 28 contratos, aunque 19 mujeres aún no han tenido una oportunidad laboral. De esos 28 contratos temporales han disfrutado 15 mujeres que han pasado por todo el itinerario.

En proyecto, tienen previsto centrar parte de sus esfuerzos en llegar al entorno rural, donde es mucho más difícil visibilizarlo porque en muchos casos es conocido por todos. «Yo muchas veces les he preguntado, ¿y los vecinos no decían nada y nadie denunció?». En paralelo, en septiembre está previsto un itinerario para trabajar la autoeficacia y el locus de control (concepto psicológico que se refiere a la percepción que tiene una persona sobre dónde reside la responsabilidad de los acontecimientos en su vida).