La vida en suspenso
La crónica ·
«Mi intimidad y mi silencio sean tuyos / y sea conmigo el beneficio de tus ocasos» JORGE LUIS BORGES ('DEDICACIÓN DE UN SILENCIO')De repente, el silencio. La vida detenida, la vida cancelada. Uno vuelve a escuchar el sonido de sus propios pasos, una sensación olvidada. No hay ruido por las calles de Logroño y tampoco esa otra clase de ruido, tan español: el ruido estridente, hermano de la histeria, otra enfermedad nacional. Los extraños que coincidimos en nuestras caminatas imprescindibles, las que nos llevan al trabajo o a cuidar a los seres queridos, nos miramos con alguna desconfianza y bastante distancia, de manera que habita de nuevo entre nosotros el viejo valor de la cortesía, que hoy reaparece como benéfica derivada del virus feroz. Tal vez no sea el único valioso intangible que regrese en esta hora tan extraña para nuestra civilización. Cierta calma, la lentitud. El gusto por el paseo distendido y un punto ceremonioso. La mirada sagaz hacia nuestro entorno para, entre tanto sosiego, retomar la capacidad de reconocernos y reconocer a nuestros semejantes. Conceder valor sólo a lo que en realidad lo tiene. Volver a distinguir lo genuino de lo postizo.
Un país en cuarentena no detiene sin embargo su marcha. Sólo la suspende, aunque el corte con la actividad diaria es tan radical que depara la sensación de vivir ahora en un mundo distinto. Inquietante, aunque con alguna veta interesante que convendría explorar con tranquilidad de ánimo, por si en ella se ocultara un botín que pasaba desapercibido. Un tesoro que hoy nos parece más apetitoso. Una lección de convivencia. Aprender a vivir más intensamente con menos bienes materiales. Y dirigir una mirada más piadosa hacia nuestro alrededor.
Porque recobra estos días toda su vigencia 'Los conjurados', el poema célebre de Borges. Habla en sus estrofas de quienes de verdad salvan al mundo. Cada día, desde hace millones de noches: «Hombres de diversas estirpes (...) han tomado la extraña resolución de ser razonables. Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades». Borges canta a todos esos héroes anónimos en quienes sólo reparamos en situaciones de crisis. El panadero, por ejemplo. El trabajador del supermercado, las manos que asisten a los más necesitados, las almas compasivas que reconfortan a quienes sufren con mayor crudeza el infortunio del confinamiento. Y por supuesto el personal sanitario, batiéndose en su trinchera, con tres frentes abiertos en zonas de especial conflicto que merecen todo el reconocimiento: urgencias, UMI, infecciosos.
En ese mismo destino se desempeñan todos esos ciudadanos que aseguran que la vida suspendida también avanza. Incluyendo la actividad política, que a todas las escalas permite medir la calidad del desempeño de nuestros gobernantes ante una situación de emergencia tan dramática. Como en toda prueba de evaluación, quienes se examinan saborearán el sobresaliente cuanto todo esto acabe o merecerán una nota más baja. Pero unos y otros se zambullirán en una experiencia semejante, de alta intensidad, para la que nadie estaba prevenido. Notarán una sensación común: que también la vida gubernamental se queda en el limbo. El consejero de Hacienda tiene que rehacer sus cálculos de ingresos y preparar sus cuentas para una cifra de déficit público imprevista, confiando en que, por tratarse de una anomalía coincidente, llegue del Estado una benevolencia superior que ayude a La Rioja a cuadrar su Presupuesto el día de mañana. El de Desarrollo Autonómico ha cancelado sus visitas a empresas para monitorizar el pulso del tejido económico regional y habrá sacado ya el paraguas: las buenas noticias para su cartera tienen que esperar. Y otro tanto en Educación, cuyo titular debe atender primero lo urgente (adaptar el marco educativo a la nueva realidad) y frenar lo que ayer tanto importaba, incluyendo el nuevo ajuste prometido entre red privada y la pública.
Aunque mientras el conjunto del Consejo de Gobierno ajusta su funcionamiento al nuevo escenario, también debe anotarse que la maquinaria del Palacete sigue su curso, a un ritmo de una baja en su organigrama por cada mes de mandato de Concha Andreu y una nueva víctima a cuenta del polémico cuartel de Calahorra: Patricia Ilundain, culpable de haberse abstenido en la votación de Patrimonio en vez de sumarse al coro de altos cargos que votaron a favor de la protección del edificio. Ilundain deja su puesto a Ana Leiva, que llega a la dirección general directamente desde el Palacete (donde se ocupaba del proyecto de enorregión cuyo timón queda vacante), tal vez porque se le presume un carácter más obediente a las consignas gubernamentales...
Noticias terrenales, prosa mundana. Alejada de la épica que exige el relato épico de estos días infaustos. Donde se observa sin embargo alguna buena nueva: el cese de las hostilidades entre la clase política, bendita conquista. Una excelente noticia, aunque tan pasajera como el virus: en cuanto se aleje la pandemia, volverá el cainisimo. Un mal que sí es incurable.