La soledad no es hermosa
Gacetilla de un tipo confinado (L) ·
Leí esta novela en Mallorca y cada sueco que veía en la playa me parecía Hennig Mankell travestido de su alter ego Kurt WallanderLa rutina tiene mala prensa. Todo lo que suena repetido parece refractario a la leyenda y a la emoción. Quizás por eso los agentes secretos huyen de ella; prefieren historias de amor furtivas, breves e intensas. Los amores duraderos marchitan el impulso primario y acaban adocenándose en una sinfonía de camas que hay que hacer y no deshacer, de citas olvidadas y de papeles que suspiran por una firma. En esta rutina del aislamiento los amores clandestinos sólo han podido alimentar su apetito a golpe de ingeniosas aplicaciones informáticas o de melancólicas noches de soledad sin gemidos.
Publicidad
Kurt Wallander tiene sesenta años ya. Vive solo, su ex mujer bebe demasiado y su antigua amante –Baiba–, por la que ya apenas siente compasión, es una enferma terminal devorada por un cáncer. Poco queda ya de aquel aguerrido jefe de Policía de la ciudad sueca de Ystad que desenmarañó un doble asesinato de unos granjeros de Lenarp que había soliviantado los sentimientos xenófobos en esta pequeña ciudad del sur de Suecia.
Kurt ya es mayor y se siente solo al final de un viaje. «La soledad no es hermosa». Pero tiene que renacer. Un caso complejo de espionaje, submarinos soviéticos y la desaparición de sus consuegros, Häkan y Louise von Enke, le hacen regresar a la vida, abandonar la rutina y sumergirse en su propia aventura equinoccial de la existencia. Sin embargo, la investigación le genera «no poca angustia y la creciente sensación de haber perdido por completo la capacidad de interpretar el escenario de un crimen. Ahora intentaba pensar sobre su propia persona, sobre su vida y sobre el coraje de Baiba ante el golpe de aquel trance, y también sobre el coraje del que él mismo carecía».
La literatura nos salva de la intemperie, el frío puede tener un efecto reparador como el paseo rutinario del confinado
Leí esta novela en verano de 2010, en Mallorca, en noches plácidas con el rumor de un Mediterráneo cálido y generoso protegiéndome de las aguas congeladas del Báltico. Cada sueco que veía en la playa me parecía Hennig Mankell travestido de su alter ego Kurt Wallander. Volver a ojearla me ha trasladado más a las calas mallorquinas que al desolado paisaje negro de este relato de conspiraciones, derrotas y guerra fría. La literatura nos resguarda de la intemperie de la vida, el frío más lacerante puede tener un efecto tan reparador como los paseos rutinarios de los confinados.
¡Oferta especial!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión