Entre el poder y la libertad individual
Gacetilla de un tipo confinado (XXXVIII) ·
Las calles fatigadas de silencio añoran la textura de las conversaciones, el ruido salpicado de coches, risas y discusionesContinúan los días grises y pálidos, apenas seducidos por una luz opaca que atenúa los relieves como si las calles fatigadas de silencio añoraran la textura de las conversaciones, el ruido salpicado de coches, risas y discusiones, el rizo interminable de la vida cotidiana, de la rutina. Como escribe Ernst Jünger en 'Heliópolis', en el fondo, este pueblo ama el suave fluir de las pequeñas preocupaciones y los afanes cotidianos, la diaria actividad, las tardes en las tabernas de la parte vieja. Todo esto, el tejer y destejer de trabajo y descanso, de días laborables y festivos. Hablo de Jünger, gigantesco prosista alemán al que conocí por un profesor de literatura vasco y musulmán: Enrique Ojembarrena Goiricelaya, que además había escrito una fabulosa novela sobre 'Guerrita', un califa cordobés del siglo XIX.
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La vida es una lenta pero maravillosa combustión de la sustancia en 'Heliópolis', la primera novela que escribió Jünger tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial y que gira en torno a un mundo nuevo basado en la tecnología y las estadísticas y otro que rivaliza y que se fundamenta en la literatura y el diálogo. Pero no es una distopía, es una disquisición entre el poder y la libertad individual: «Las tres grandes revoluciones de la Edad Contemporánea han ido de lo religioso a lo político y de aquí a lo técnico». Al ir contra el estamento clerical, cada hombre adquirió el «derecho a presentarse individualmente ante Dios». Al derrocar los privilegios de los señores, «nació la libertad burguesa y el comercio libre». Con el obrero desapareció la libertad y se disolvió en igualdad: «Los hombres se parecían entre sí como moléculas, cuya única diferencia está en el grado de movimiento».
Me falta un poco más de luz estos días obtusos, aunque Jünger sostenga que la ciudad no debe tener una claridad absoluta, debe tener su misterio. «El diamante debe estar en la corona, no en los cimientos».
«Los hombres se parecían entre sí como moléculas, cuya única diferencia está en el grado de movimiento».
Los jardines de los parques se rebosan de primavera y ayer un pato despistado se dio un baño solitario en la piscina. La tarde se fue poniendo pesada y absurda: «El universo es una isla creada por Dios en el seno de la nada. La felicidad del jardinero se ve en los frutos, se oye en las canciones que canta su mujer en la cocina». El pato probó el agua y le supo a lejía. La tarde no terminaba de caer, el viento se sosegó y casi nadie se atrevió a cruzar el parque.
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