'Enrique Morente, la voz libre', de Balbino Gutiérrez . L.R.

Las penas que se tienen escondidas

Gacetilla de un tipo confinado (XLIII) ·

Un poema de León Felipe dio con Morente. Y me susurró el verso que ya se estaba convirtiendo en cante al lado de una copa de vino

Martes, 28 de abril 2020, 08:20

Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan. Cantaba Enrique Morente en 'Omega' mientras plantaba una semilla en el futuro. Al fondo, como un presagio, la disonancia de Lagartija Nick enroscada en una algarabía atormentada de voces del pasado. Los ecos de todos los muertos del flamenco que depositaron una rama de olivo en el cerebro de Enrique; las voces de todos los cantaores que aún no han nacido y que también brotarán de su cerebro mañana, y que gritarán como gritó Enrique al alto cielo o dónde nacen los tempranos y se encuentra con Pedro 'El Morato' vendiendo verdulería. Estamos presos. Enrique. España y el mundo lo están. Tú lo cantaste. En qué tribunal se ha visto / ni en qué sala, ni en qué audiencia / al reo darle por libre / y al libre darle sentencia.

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El cante es decir las penas que se tienen escondidas, recitaba el maestro de Granada, el 'ronquillo' del Albayzín, el asesino del cante. Una vez vino a Logroño, casi de incógnito, con el Niño Josele. Actuaba en un palacio. No iba a hablar con los periodistas porque así lo había dispuesto la organización. Antonio Benamargo hizo su magia y me puso en contacto con el maestro, que me recibió en su camerino más de dos horas de reloj inquieto y un poco de vino. Y le pregunté el porqué las letras que cantaba: «Me las tengo que encontrar. En caso contrario no soy capaz de cantarlas. Ahora he dado con una León Felipe».

Un poema de León Felipe. Y me susurró el verso que ya se estaba convirtiendo en cante al lado de la copa de vino. La transfiguración al instante y al oído del maestro. Hay más olas que estrellas / y que granos de arena / y contamos el tiempo / con las olas amargas coronadas de espuma. Era 'El pequeño reloj' del poeta zamorano. Y los tocaores de antaño por los que moría Enrique: Sabicas, Ramón Montoya y Manolo de Huelva. Los lamentos de un cautivo no pueden llegar a España porque hay un mar por medio y se ahogan en el agua. El mar es también un reloj porque hay más olas qué estrellas y que granos de arena...

«Las letras las tengo que encontrar. En caso contrario no soy capaz de cantarlas. Ahora he dado con una León Felipe»

Yo llevaba perfectamente estudiado el 'vademécum' morantiano que había escrito Balbino Gutiérrez y que ojeaba todos los días. Nadie me había dicho que para Enrique era primordial representar lo que uno es: «No todo el mundo puede. Manolete parecía siempre un torero, Belmonte parecía el portero de la plaza y era un genio».

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