La portada del libro 'Todos somos Kafka', de Nuria Amat. L.R.

Kafka vivía seducido por la muerte

Gacetilla de un tipo confinado (XXIII) ·

Me levanté ayer con frío. Anidó en mis riñones y vino cargado del hielo de los nombres con rostro y los números sin nombres ni rostros

Miércoles, 8 de abril 2020, 08:17

Creo que me levanté con frío. Anidó primero en mis riñones y vino cargado de hielo: el de las fotografías congeladas de los nombres con rostro y los infinitos números sin nombre ni rostro ni una palabra más allá del recuento estadístico, glacial e impávido de cada día. Ayer no era capaz de recordar ningún libro y por eso rebusqué una obra clandestina de Nuria Amat que compré en un mercadillo de Mahón en verano de 2009. Un espécimen raro e inclasificable, 'Todos somos Kafka', una novela sobre bibliotecas y escritores. La recordaba porque tenía una frase que subrayé porque valía por todo el libro. «Los escritores no duermen, cuando no escriben, leen, y cuando no leen, sueñan despiertos en sus miedos».

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Amat descifró las dos inmortalidades de la literatura, la del amor y la del silencio. Carlos Fuentes dice que Nuria se las regaló generosamente a Kafka, al que la narradora catalana descodifica en un relato insólito donde aparece como esposa de James Joyce, paseante con Ítalo Calvino o se convierte en la hija del creador de Gregorio Samsa, aquel desdichado comerciante metamorfoseado en vil cucaracha, muerto y tirado después a la basura.

Kafka vivía seducido por la muerte: «Ella es una visita familiar en nuestra casa. Sea cual fuere la habitación en la que nos presentáramos de improviso, allí está, sentada, de visita, esperando». Y la muerte –con rostro o convertida en número– se ha instalado en nuestras vidas como en la literatura y en la casa de Kafka: «Es como si después de él hubiera que enterrar para siempre todos los libros existentes y posibles y ya no hubiera lugar para más libros».

Nuria Amat descifró las dos inmortalidades de la literatura: el silencio y el amor. Carlos Fuentes dice que se las regaló a Kafka

Me levanté con frío. Ya es seguro. Kafka escribía «como si dijera las últimas palabras que la vida le concede. Sus escritos parecen una serie de disposiciones a tomar para después de muerto». Nosotros leemos los nombres con rostro; miramos atónitos los números sin nombre ni rostros. El algoritmo de cada día, la curva coaxial, la progresión geométrica, los nuevos espejos cóncavos y convexos del esperpento occidental llegado de Catay hasta el callejón del gato o cualquier callejuela donde tiraron a la basura la cucaracha humana de Samsa.

Los escritores sueñan despiertos en sus miedos y aquí reside la peor pesadilla, con todos ustedes la muerte, sentada, de visita, esperando.

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