Filosofía de balcón
En mi casa usábamos poco los balcones. Hay una terracita angosta, en la que apenas se cabe de perfil, que utilizamos para dejar los escobones ... y la caldera. Hay otra, un poquito más grande, en la que estos días de confinamiento nos da por tomar el vermú. Ponemos tres sillitas desplegables y nos servimos unas aceitunas con unas cocacolas. Si el día está rumboso, cae incluso una cervecita. Hace frío todavía y no pega el sol ni de refilón, así que andamos con la pelliza puesta y un tanto incómodos, pero hay en ese vermú al aire libre un esfuerzo de normalidad e incluso un toque frívolo que nos reconforta. Siempre se necesita un poco de dolce vita en medio de la tragedia. Asomados al balcón, constatamos que las cosas siguen en su sitio, esperándonos: el patio del colegio, el parque, el León Dormido, las calles silenciosas, los columpios precintados, las huertas, el aire limpio de la primavera.
Al balcón volvemos a las ocho de la tarde. Abrimos de par en par las ventanas del comedor. Ya ha caído la noche y hace todavía más frío. Empezamos a aplaudir con fuerza, con rabia incluso. Mi hijo ha encontrado un silbato y pita con más decisión que un árbitro autoritario. Al fondo, alguien le responde con una bocina. Uno clama 'Viva Logroño'; otro grita 'Viva España'. En una casa vecina veo incluso que han desempolvado unas luces navideñas y las encienden y las apagan. También se oye a lo lejos, arropado por un edredón de aplausos, el 'Resistiré' del Dúo Dinámico. Va la ovación en primer lugar por los profesionales sanitarios, que andan combatiendo heroicamente en la trinchera contra ese enemigo insidioso y microscópico; aunque también veo en estos vítores el orgullo herido de una humanidad que de repente se ha descubierto frágil y desnuda, pero que aprieta los dientes y se dispone a capear el temporal.
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