La portada de 'Lluvia negra', de Masuji Ibuse. L.R.

El drama de morirse poco a poco

Gacetilla de un tipo confinado (XXXIII) ·

Otra vez el viento como único aliado contra el silencio que aplasta las calles contra sí mismas, contra esta inesperada rutina de irrealidad

Sábado, 18 de abril 2020, 08:44

Otra vez un cielo gris sin contemplaciones pero con algunas texturas de nubes altas encendidas por un sol lejano y otras más oxidadas y bajas. Otra vez el viento como único aliado contra el silencio que aplasta las calles contra sí mismas, contra esta inesperada rutina de vacíos e irrealidad. Ayer mi estrategia musical para vencerlo volvió a ser Bach, un disco de preludios y fugas del pianista canadiense Glenn Gould, un genio extravagante y deforme que me produce melancolía y excitación. Y un libro, la novela japonesa 'Lluvia negra', de Masuji Ibuse, un relato descarnado sobre una catástrofe incomprensible –la bomba atómica que Estados Unidos lanzó sobre Hiroshima– a través de una serie de cartas escritas por una joven, Yasuko, y su tío Shigematsu Shizuma, que quería protegerla del estigma de los 'hibakusha', el desconsolador rechazo social que sintieron los bombardeados durante décadas en la sociedad japonesa. Ella se quería casar pero debía demostrar que no estaba enferma como consecuencia de la explosión.

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«Las manchas no salían ni frotándome con jabón. Habían quedado impresas en la piel». No comprendía la radiación

La lluvia negra ('kuroi ame') es la nube radiactiva que emboscó a miles de personas después de que el 'Enola Gay' soltara la tremebunda 'Little Boy' el seis de agosto de 1945. Cómo explica Jorge Volpi en el prólogo, esa lluvia responde a una sola pregunta: ¿Qué ocurrió con quienes contemplaron el estallido y luego tuvieron que continuar con sus vidas? En otras palabras: «qué significó no haber muerto. O morirse poco a poco...».

«No me di cuenta de nada hasta que Shigematsu me dijo que parecía como si mi piel estuviera salpicada de barro. Me lavé las manos en la fuente ornamental, pero las manchas no salían ni frotándome con jabón. Habían quedado impresas en la piel», relata Yasuko, sin comprender que se había empapado de radiación.

Amo estas nubes de la primavera riojana que me consuelan. La nube asesina que se precipitó sobre Yasuko tenía forma de medusa, cambiaba de color (rojo, morado, ultramar o verde) y se retorcía enfurecida como si en «cualquier momento fuera a abalanzarse sobre nuestras cabezas». Masuji Ibuse recorre la cartografía moral de la devastación que supuso la bomba. Y también la necesidad de mentir de los estigmatizados para poder seguir viviendo. La doble moral a veces es tan asesina como la lluvia negra.

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