'Sauce ciego, mujer dormida', de Haruki Murakami. L.R.

Allá donde habiten las palabras

Gacetilla de un tipo confinado (XXV) ·

Existe una teoría que asegura que todas las palabras que decimos quedan suspendidas en el éter y se mezclan entre ellas

Lunes, 20 de abril 2020, 08:14

Intento cerrar los ojos para percibir los sonidos que nos estamos perdiendo. Existe una teoría que asegura que todas las palabras que pronunciamos se quedan suspendidas en el éter y se entremezclan entre ellas. Con la música sucede lo mismo, da igual del siglo que sea o el estilo. Por lo visto se trata de una especie de esfera invisible que rodea a la tierra y que atrapa los sonidos como un imán. Por un lado les impide perderse en el espacio exterior y por otro regresar rebotadas a la civilización; como una biblioteca casi infinita de palabras y notas confinadas sin ningún orden conocido. No soy capaz de imaginar cómo influirá la devastación de la vida social y la ausencia de conciertos en el discurrir de esa capa invisible de sonidos y palabras, si se podrá notar que aquí abajo se ha decretado un silencio casi global más allá de la charlatanería habitual de políticos y tertulias que apenas son más que ruido.

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Rebuscando en mi memoria lectora me acordé del cuento 'La tía pobre' del libro 'Sauce ciego, mujer dormida', de Haruki Murakami, que venía a darme la razón sobre la necesidad de que todo lo que decimos vaya a algún sitio. «Las palabras habían sido absorbidas por aquella tarde de domingo como la trayectoria transparente de una bala».

La imagen que plantea el escritor japonés me desconcierta. Las tardes de domingo (como ayer) tienen la capacidad de tragarse las palabras y hacerlas invisibles. ¡Pero no explica dónde van!

«Yo pude ver las palabras con mis propios ojos. Él les quitó la escarcha frotándolas suavemente con el dedo»

Pero las palabras también se pueden ver y tocar como demuestra en 'El hombre de hielo': «Sus palabras formaban una blanca nube parecida al bocadillo de un manga. Yo pude ver las palabras, tal y como lo digo, con mis propios ojos. Él les quitó la escarcha frotándolas suavemente con el dedo».

En otro de los cuentos del libro, Murakami asegura que, como las palabras cumplen la función de mediar entre los seres humanos, «si nosotros desapareciéramos, las palabras perderían la razón de existir». ¿Desaparecería entonces la capa mundial de sonidos encarcelados? Estoy convencido de que existe un hilo invisible entre nosotros y la esfera de notas musicales y de verbos y vocablos. Los grandes escritores y los buenos músicos tienen una conexión directa con ella porque en realidad es donde habitan las musas.

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