«Mi madre pensó que era una etapa, que se me pasaría al ir a la universidad»
Mónica Castillo e Inma López se casaron en Autol en 2012 con la idea de tener descendencia; hoy tienen dos preciosas hijas, Marina y Blanca, que en noviembre cumplirán 12 años
Mónica Castillo e Inma López, madres de las mellizas Marina y Blanca, se casaron en 2012 en el Picuezo, en Autol. Fue «uno de los ... días más mágicos de nuestras vidas», cuentan, y uno de los que más expectación despertó en el pueblo. El fin de semana anterior muchos curiosos se acercaron a la zona. Nunca antes había habido tantos paseantes de perros por un paraje que no está precisamente a mano de nada. Aquel trajín fue fruto de una confusión, de un cotilleo que corrió como la pólvora de boca en boca pero que había errado con la fecha.
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El desconcierto no minimizó ni un ápice el interés por el primer enlace de dos mujeres en Autol. Los mismos andariegos repitieron caminata el fin de semana siguiente y los mismos vecinos se volvieron a asomar a los balcones. Les casó el concejal Pedro Arnedo –después sería alcalde–, y para entonces ya llevaban seis años de noviazgo, una relación consolidada y conocida en su entorno.
A Inma, de 39 años, salir del armario no le costó, aunque «mi madre siempre pensó que era una etapa de mi vida que se me pasaría cuando fuera a la universidad». Evidentemente no se le pasó. Su padre se enteró años más tarde, cuando ya había iniciado su relación con Mónica. «No se imaginaba que a mí me gustaban las chicas, pero cuando se lo dije se lo tomó muy bien porque ella le cayó bien desde el principio».
Sin embargo, a Mónica, de 42 años, le costó más hablar abiertamente de lo que sentía por dentro. De hecho, no lo dijo hasta que llevaba dos años de noviazgo. «Sus padres pensaban que yo era la amiga pesada», ríe Inma. No obstante, cuando «alquilé un piso, mi padre veía el cepillo de dientes de Inma, la ropa tendida de Inma y me miraba y se reía». A la madre le costo algo más.
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En todos estos años de relación nunca han sufrido agresiones ni ningún tipo de discriminación. En una ocasión se cruzaron con unos chicos «un poco rapados» en el parque San Miguel y «me solté de la mano, me dio miedo». «Y cuando nacieron las mellizas me dio la paranoia de que no les dijeran nada, pero la verdad es que nunca ha pasado nada de eso».
A la hora de tener hijos, el tratamiento no entraba por la Seguridad Social «éramos las últimas de la lista», así que acudieron a una clínica privada. El seguimiento del embarazo sí lo llevaron en la sanidad pública. Cuando nacieron las pequeñas, que ahora tienen 11 años, Mónica fue al registro y la funcionaria le dijo que también debía ir su mujer para dar fe de vida, «cuando en realidad eso no ocurre con las parejas heterosexuales». Al final acudieron las dos, aunque para entonces la juez ya había dado instrucciones de que no había ningún problema y les pidieron perdón.
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En el trabajo, Mónica, que es jardinera, no ha tenido pegas. Sin embargo, Inma, que desde hace ocho años es terapeuta ocupacional en una residencia de mayores de las Hermanas de la Caridad en Viana, no lo soltó hasta hace dos años. «Me daba cosa decirlo porque a veces hablábamos de esto y algún residente hacía comentarios del tipo: les tendríamos que colgar a todos, qué asco». «Cuando venían las niñas, Mónica era la que les cuidaba, así hasta que Mónica me dijo que ya no iba a venir más porque estaba harta de que la negara». Al final, insiste Inma, «fue cosa mía porque cuando se lo comenté a una se corrió la voz y ya normal y corriente». «Ves, este es un ejemplo de que no tienen por qué ir de la mano religión con homofobia», apostilla Mónica.
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