Palestinos se desplazan hacia el sur después de que las fuerzas israelíes ordenaran a los residentes salir de Gaza. Reuters

Gaza se desangra

Tres miembros de Médicos Sin Fronteras denuncian la situación extrema de los palestinos residentes en la Franja de Gaza, que son conscientes de la «marginación» que sufren en el escenario político internacional

Domingo, 28 de septiembre 2025, 00:11

Los trabajadores humanitarios son los ojos del mundo en la Franja de Gaza. Los expatriados conocen la situación de primera mano y, sobre todo, pueden ... vivir para contarlo. Tras la muerte violenta de 210 periodistas locales en los dos años de conflicto, según cálculos de Reporteros Sin Fronteras, ellos se han convertido en observadores privilegiados de la invasión israelí y sus consecuencias. En este sentido, la ocupación militar en curso contra Ciudad de Gaza, la población más grande del exiguo territorio, amenaza con agudizar el desastre para dos millones de palestinos, aterrorizados y exhaustos. Tres profesionales de la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF), recién llegados de vuelta a España, narran sin tapujos su experiencia.

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No hay donde huir. Así se manifiesta la madrileña Esperanza Santos, enfermera y coordinadora de emergencias, para explicar la angustia colectiva. Curtida en los últimos dramas mundiales, desde Yemen a Sudán o Haití, admite que ha visto muchos casos de agresión masiva contra los civiles. «Sí, he visto muchas cosas horribles, pero esto sucede en una superficie clausurada de sólo 42 kilómetros de largo y de 6 a 12 de ancho». «Es una trampa, sin vía de escape, y la presión psicológica es diferente y descomunal», subraya.

La imposibilidad de hallar refugio se ha vuelto una pesadilla para el millón de habitantes de la ciudad sitiada. La operación para ocupar la capital comenzó a principios de este mes y el día 11 se ordenó la evacuación, seguida de la irrupción de tropas y tanques e, incluso, robots que penetran en sus calles y se hacen explotar. «Además, hay drones que atacan indiscriminadamente», indica en su dibujo de un escenario apocalíptico. «Al principio, la gente intentaba desplazarse hacia el oeste, pero ya no hay espacio en las abarrotadas playas y se ha producido un éxodo masivo hacia el sur», indica.

La resiliencia habitual de los palestinos se resquebraja ante las condiciones extremas. «Restringir el acceso al agua y la comida genera competencia y muchos son incapaces de comprar en el mercado, abastecido por el robo de los camiones de ayuda y los precios exorbitantes», explica Santos. «Los vínculos sociales se rompen a favor del 'sálvese quien pueda'. Es la condición humana».

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«Conculcar la desesperación y que las víctimas pidan salir de su tierra es un arma de guerra»

Esperanza Santos

Coordinadora de Emergencia de MSF

La agobiante situación empuja a la desesperanza. «Han vivido atrapados y envueltos en periódicos conflictos, pero nunca han padecido algo como esto y dicen que Gaza ya no se recuperará. Antes, pocos de sus habitantes lo aseguraban y ahora crece el desfondamiento», según su experiencia. Quizás, promover esa idea de que no existe futuro sea un efecto buscado. «Está claro que se trata de un arma de guerra», sostiene. «Conculcar la desesperación y que las víctimas pidan salir de su tierra es una de las posibilidades».

El desánimo también resulta evidente para Alfonso Artacho, un arquitecto técnico madrileñoy radicado en Málaga que ejerce como coordinador de logística en la Franja. Tras tres estancias en el lugar, ha percibido un notable cambio. «La gente está muy cerca del límite de sus fuerzas», aduce. «Su aspecto se ha deteriorado mucho porque se encuentran cerca de la hambruna y los niños se han asalvajado», lamenta.

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Su misión consiste en gestionar todo lo necesario para que el equipo de MSF pueda llevar a cabo su trabajo, desde el transporte a la gestión y el aprovisionamiento de medicinas. «Se trata de un trabajo muy complicado por el asedio y las prevenciones», alega. «No hay electricidad, sólo generadores, y no se permite introducir un sistema solar completo, baterías para vehículos o piezas metálicas para instalaciones de agua, no sé por qué».

La seguridad también corre a su cargo. «¿Seguridad? Aquí no hay respeto por nadie ni importa nada», lamenta. «Cada vez que te despiertas eres consciente de que este puede ser tu último día. Si a través del reconocimiento facial los israelíes detectan a un posible terrorista de Hamás, no lo dudan y van a por él. La última vez mataron a 15 ó 20. Las víctimas civiles son irrelevantes».

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«No veo odio, pero estoy seguro de que este conflicto se convertirá en una fábrica de futuros extremistas»

Alfonso Artacho

Coordinador de Logística de MSF

Los cooperantes permanecen en contacto con una entidad creada por Israel que actúa de enlace entre las Fuerzas Armadas y las organizaciones internacionales. Pero el riesgo es mayúsculo. «A veces las órdenes de evacuación llegan con un margen de 20 minutos y no da tiempo de escapar», afirma. «Te sobrepones apelando a la prudencia, pero no hay lugar seguro ni zona verde ni horario de seguridad. En el conflicto han muerto 15 compañeros de MSF y sabes que cualquier día te puede tocar».

Un pedazo de pan y dos tazas de té

El miedo se mezcla con el cansancio. «Hay mucha escasez, nosotros también la padecemos», señala, y añade que su dieta carece de proteínas. «No tienes energía y acabas extenuado». La situación es mucho más dramática para los nativos. «Me parece un misterio cómo logran sobrevivir con un pedazo de pan y dos vasos de té», admite.

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En su opinión, la inminente invasión de Ciudad de Gaza se antoja una aberración. «¿Dónde irán sus vecinos? Gran parte de la Franja está completamente destruida. La localidad de Rafah, situada al sur y destino actual de las masas desplazadas, ha sido completamente arrasada. Ya no hay espacio para plantar una tienda hasta el punto de que un recorrido de ocho kilómetros implica dos horas de viaje por el hacinamiento». Esperanza, su compañera, también hace hincapié en la devastación. «Puedes oír el derrumbe de un edificio a un kilómetro de distancia porque el paisaje urbano se ha convertido en un descampado», revela.

Cuando conversa con los locales Artacho intenta inculcarles cierto optimismo. «Les explico que no están solos, que hay protestas, cuando lo cierto es que se hace poco o nada por ellos. Pero si dices la verdad se desmoronan», asegura. A pesar de la brutalidad, no advierte odio o resentimiento entre quienes lo rodean. «Ahora bien, estoy seguro de que este conflicto se convertirá en una fábrica de futuros extremistas», advierte.

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La experiencia en Gaza ha cambiado su percepción de la vida. «¿En manos de quién estamos?», se pregunta. «Ha quedado demostrado que los seres humanos no valemos nada, que existen otros intereses y prima la impunidad absoluta. Los derechos humanos se los han pasado a la torera y no se respeta ni a los niños ni a las mujeres o enfermos», se duele.

El enfermero madrileño Ramiro García también ha regresado a España hace apenas unos días tras coordinar las actividades médicas de los proyectos. «Hay tanto estrés que los compañeros palestinos reconocen que prefieren estar en el trabajo para no pensar». De cualquier manera, la realidad exterior se impone. «Escuchas de 15 a 20 explosiones diarias y no puedes obviar que está muriendo gente», cudenta.

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La amenaza del próximo invierno acentuará las penurias. «Hay recién nacidos que sufren hipotermia», denuncia, al tiempo que señala que, al intenso frío que se introduce en tiendas hechas con plásticos se suman las carencias de una alimentación deficiente. «Sólo hay harina, arroz y lentejas, nada de carne ni fruta, y la calidad y cantidad han descendido a niveles ínfimos», aduce, y menciona el plan de lucha contra la desnutrición de su organización, que favorece a embarazadas, lactantes y niños hasta cinco años.

«Miran la reacción internacional que hubo con Ucrania y se preguntan 'por qué con nosotros no'»

Ramiro García

Enfermero de MSF

Este sanitario se hallaba en el complejo hospitalario Nasser cuando fue bombardeado el pasado 25 de agosto, una acción que provocó veinte muertos, entre ellos cinco periodistas. «Fui testigo de algo monstruoso. El ejército atacó instalaciones llenas de médicos y pacientes», recuerda. «Es la primera vez que veo un ataque directo a un centro de salud y fueron dos andanadas. La segunda, cuando un equipo de rescate trabajaba buscando supervivientes», manifiesta.

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Las víctimas no malviven ajenas a lo que sucede al otro lado del Mediterráneo. «Saben lo que ocurre en el exterior y se sienten abandonados». Además, sostiene, son conscientes de las flagrantes diferencias. «Tratan de compararse con Ucrania, donde sí hubo reacciones por parte de la comunidad internacional, y se preguntan por qué no se para esto, 'por qué con nosotros no'».

Quienes acuden al auxilio proporcionan el testimonio de un drama colectivo con una trayectoria aparentemente errática a punto de cumplir su segundo aniversario. Sí, es cierto, pero no hay repercusiones. «Te genera una profunda tristeza que la comunidad internacional no haga nada pese a ver lo que está pasando y que la tragedia se intensifica», confiesa. «Damos información, imágenes, pero no existe una reacción real y contundente», zanja.

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