Egipto por la vía rápida
Ecos del mundo ·
Un país en doce días. El turismo contrarreloj priva al viajero del contacto con la vida del paísJoseba Martín
Sábado, 30 de agosto 2025
El callejón de Midaq hubiera quedado en completo silencio de no ser por el café de Kirsha, que encendía sus lámparas, de luz eléctrica, en ... cuyos cables anidaban las moscas, y se empezaba a llenar de contertulios». La frase está sacada del primer capítulo de 'El callejón de los milagros' de Naguib Mahfuz, premio Nobel en 1988. La historia se centra en las callejuelas de Jan el-Jalili, el antiguo bazar de El Cairo, visita obligada para los turistas. Y allí está el Café El Fishawy, o Café de los Espejos, donde se sentaba Mahfuz a escribir. Pero eso no interesa al turista habitual. Una oferta de 'Egipto al completo' de una docena de días se limita a tres partes: El Cairo (pirámides, museos, bazares), el crucero (templos, tumbas) y el Mar Rojo (playa, esnórquel, buceo). Una propuesta atractiva, por la vía rápida, que priva al viajero del contacto con la vida cotidiana del país.
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La aventura empieza por el hotel, de cinco estrellas y treinta pisos y con un perro experto en explosivos en la barrera de acceso. Después, a un espectacular amanecer sucede la banda sonora de la ciudad: un lenguaje secreto de miles de cláxones y bocinazos que solo los locales saben interpretar. La primera parada es la explanada de Guiza. Las taquillas ofrecen las primeras colas, donde decidir, antes de pagar la entrada de 9 euros, si por otros 30 accedes a la gran pirámide de Keops. Una vez dentro un autobús-lanzadera une todos los puntos de interés: la gran pirámide de Kefrén, la única que conserva el remate liso en su punta con restos de color rojo, la de Micerinos, la Esfinge… Una influencer local, vestida de rojo, alterna poses para Instagram con breves vídeos para Tik Tok.
El Cairo es un organizado caos de tráfico: las grandes avenidas que atraviesan el Nilo son una mezcla de eslalon y rally urbano donde el cláxon es idioma oficial. Tu conductor es capaz de leer mensajes, escuchar audios y enviar wasaps mientras adelanta por la izquierda o por la derecha. Al peatón recién llegado aún le queda otra sorpresa: alcanzar la acera de enfrente, un ejercicio de alto riesgo.
Al día siguiente toca otro intenso día por la capital, un tour que se paga aparte: visita al Museo Egipcio, la Ciudadela de Saladino, la Mezquita de Alabastro, el Barrio Copto, el bazar de Jan el-Jalili… Y ya seguido, al Gran Museo Egipcio (GEM), con su fachada de alabastro, su inmenso Ramsés II, su escalinata y sus nueve salas. Más de mil millones de euros invertidos en un edificio que ya acoge la máscara de Tutankamón.
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Extras y propinas
Arranca la siguiente etapa. Un avión de Egypt Air te deposita en Luxor, a más de 600 kilómetros al sur, donde te espera tu crucero. La primera parada es el Valle de los Reyes. Un pequeño bus eléctrico te acercará a docenas y docenas de tumbas, la mayoría cerradas. La entrada incluye tres visitas, pero hay que pagar un extra para la de Tutankamón, 10 euros, y para la de Seti I, el padre de Ramsés II, la más profunda y la mejor decorada: 45 euros por una visita de 15 minutos.
El periplo continúa en el espectacular templo de Hatshepsut, dedicado a la única mujer que reinó en Egipto y que se dejó barba para tener aspecto de faraón. En este espacio tuvo lugar el 17 de noviembre de 1997 la llamada 'masacre de Luxor', donde un grupo islámico radical dejó un balance de 62 muertos, la mayoría turistas. Los gigantes de Memnón y el complejo religioso de Karnak, con su inabarcable colección de templos dedicados a Amón-Ra, dejan con la boca abierta a los visitantes, con tiempo de hacer fotos y selfies en lugares estratégicos. En un cercano taller de alabastro los artesanos te invitan a coger el martillo y tallar algo para tu foto de recuerdo… por una propina. Una turista compra una pequeña vasija de basalto con la figura de Tutankamón y su pene enhiesto. La mujer se dará cuenta días más tarde. Aquí tampoco ha explicado nadie que la momia del faraón está embalsamada con el pene a 90°… por motivos religiosos.
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Ya en el Nilo las embarcaciones siguen rumbo al sur, a contracorriente; se adelantan y hacen sonar sus bocinas al estilo de El Cairo; parece una carrera de los autos locos, aunque se detendrán varias horas junto a las esclusas de Esna para superar un desnivel de 10 metros. El viaje por el Nilo deja escenas curiosas: niños bañándose, vacas en el agua, arrozales mini, un joven que lava su moto, gasolineras flotantes… Las orillas del gran río son siempre verdes; más allá, solo tierra estéril.
El viaje prosigue en Edfu y su templo de Horus, en Kom Ombo con el dedicado a Sobek, un dios con cabeza de cocodrilo y cuerpo de humano, y finalmente en Asuán. Es el punto de partida para ver los templos de Abu Simbel: el de Ramsés II y el de su favorita, Nefertari. Ambos fueron rescatados a tiempo, antes de que se llenara la presa que evita las inundaciones anuales del Nilo, y recolocados, piedra a piedra, en el interior de una colina artificial.
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En el Mar Rojo hay carreras de barcos y bocinazos camino de Ras Mohammed y de la Isla Blanca
Para llegar allí antes del amanecer hay que salir de Asuán en un convoy escoltado ir cubrir 300 kilómetros. Tras la salida del sol, los templos, orientados al este, lucen sus impresionantes fachadas. Se completa el día con un paseo en faluca, embarcación tradicional con su gran vela latina y su rutina turística.
En el Mar Rojo, aunque Hurgada es el destino más habitual, optas por Sharm el-Sheikh. Aquí también hay carrera de barcos y bocinazos camino de Ras Mohammed y de la Isla Blanca. El primero que llega se engancha al arrecife y los siguientes se unen aparcando en batería, como los cruceros, bien pegaditos. Tras la cena bufé del último día poco más queda que hacer: solo una visita al mercado cercano donde los turistas rusos, rojos como cangrejos, compran crema solar en una farmacia junto a un George Clooney Market; cosas de la globalización.
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