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Mi Media Maratón de La Rioja

La carrera de tu ciudad, como es la prueba logroñesa, siempre es especial para cualquier atleta de la capital riojana

Diego Marín A.

Domingo, 31 de mayo 2015, 20:29

Para cualquier atleta, por muy popular que sea, la carrera de su ciudad siempre es especial. Hay mucha gente en las aceras que no para de animar y eso siempre es especialmente emocionante. Algunos te conocen y gritan tu nombre. Otros solo reconocen la camiseta de tu equipo y te animan con camaradería. Otros son vecinos, conocidos, gente que parece conocerte pero que no te suena, amigos de amigos, familia política... Otros, anónimos, intentan insuflar fuerzas de cualquier manera, como por ejemplo, con un sincero y sencillo: ¡Vamos, número 62. Todo se agradece.

La salida desde el túnel de Vara de Rey es preciosa y vertiginosa, te dejas llevar por la marea de corredores, más de 1.200 se inscribieron en la XXIV Media Maratón de La Rioja. El primer kilómetro pasa volando, todo lo contrario que los demás. El cansancio hace mella en todos. El circuito de la carrera logroñesa es propicio para realizar buenas marcas, con largas rectas, pocos giros y, sobre todo a primera hora, con sombras en las que refugiarse del sol amenazador. El sufrimiento por el calor es más duro para los atletas que sobrepasan las dos horas, cuando la temperatura sobrepasa los 20ºC. Los grupos de corredores ayudan a imponerse un ritmo propio. Entre el millar de participantes es complicado no encontrar a alguien con un ritmo similar. A ellos hay que engancharse, como si, dentro del pelotón de mortales, se disputara un nuevo podio.

Algunos tramos están desiertos de público, como la avenida de Lobete. Entonces, hasta los avituallamientos hacen compañía. Decía el escritor que la soledad es ese estado personal en el que hasta el despertador hace compañía. Te devuelve al mundo, a la realidad. Hay que saber sufrir. Otros tramos, como la avenida de la Paz, o el primer paso por Duques de Nájera, atestadas de gente, son realmente emotivos. Te hacen sentir un corredor importante, aunque estés enterrado entre los cientos de atletas que ya han pasado y pasarán por ese mismo punto. De pronto ves a Loucin Nassiri, a Juan Carlos Traspaderne, a una de las hermanas Alonso... y envidias su atletismo, su trayectoria.

Cuando aparece el inevitable cansancio, uno intenta pensar en cualquier cosa que le distraiga. Tal vez debería empezar a coger de nuevo la bici. Tal vez debería llamar a esta persona. Tal vez debería dejar de pensar en hacer cosas y, simplemente, hacerlas. Tal vez he empezado demasiado fuerte. Ya queda menos. Cuando acabe me voy a beber una jarra de cerveza helada, como hizo Murakami cuando completó el trazado original que dio origen a la prueba del maratón. Lo cuenta en De qué hablo cuando hablo de correr.

Normalmente uno piensa en absurdeces que luego olvida. Por fortuna. Uno de los consejos más útiles que existen para abstraerse del sufrimiento e intentar concentrarse es intentar resolver una compleja operación matemática. Concentraros en la respiración y así os olvidáis de las piernas, ayuda un Amigo Fondista de Lardero. Son dos vueltas y media a un circuito llano, más de 21 kilómetros que te demuestran lo asequible que es la ciudad para el peatón. Pero la última vuelta se hace larga, interminable. Es momento de agarrarse como buenamente se pueda a la carrera. Pasa un amigo que va mejor y corres a la par medio kilómetro con él. Otro corredor anónimo te alcanza y aguantas su ritmo otro tramo. Un grupo con miembros de tu equipo te adelanta e intentas seguirles, pero la fuerza tan solo dura un kilómetro más. Son salvavidas en medio del mar que te salvan del naufragio.

Pero ya falta menos. Te descuelgas y se descuelga también un compañero. Y también le pierdes a él. Los últimos kilómetros son la gran travesía del desierto, un oasis donde toda el agua del mundo es poca. Dan ganas de zambullirse en las fuentes, de parar en un bar a tomar una cerveza. De pronto, alguien grita tu nombre y te lleva en volandas unos metros. La meta aún queda lejos, pero el cansancio te aturde. Vacío. Hay que mantener la concentración, permanecer sereno, ser fuerte, sobre todo, de mente. Y, cuando te quieres dar cuenta, ya estás en el último kilómetro y enfilas la recta de meta. Hace mucho que ha llegado el ganador, pero no importa. Cruzar la meta es una sensación de plenitud, se llegue en el puesto que se llegue. Es la recompensa al esfuerzo realizado. Y siempre merece la pena.

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