El paso de la ronda por Ezcaray estuvo acompañado por multitud de aficionados y curiosos que se acercaron para ver a algunos de los mejores ciclistas del mundo.

Un invierno sin nieve y llueve en agosto

El ciclismo de Vingegaard y el agua hacen soñar a los ciclistas aficionados y sus móviles, agolpados en las curvas y con paellas para disfrutar un poco más de la épica de las dos ruedas

Domingo, 31 de agosto 2025, 23:07

Valdezcaray es nieve. O debiera serlo. Pero a falta del polvo blanco bueno es el ciclismo para darle vida a una cima y a una montaña riojanas únicas. Todo el invierno sin nevar y el 31 de agosto aparece la lluvia, intensa por momentos, para dar la bienvenida la Vuelta, que no visitaba esta cima desde el año 2012. Maldita mi suerte.

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El ciclismo es sol, lluvia y épica. Pero también curvas. El aficionado a las dos ruedas se dejó ver durante muchos metros del largo recorrido, que una vez en tierras de La Rioja Alta evitó la Autovía del Camino y transitó por nacionales y comarcales. Llovia y salía el sol. El gentío agolpado en la calle San Roque y en la plaza Jerónimo Hermosilla, en Santo Domingo, hacía presumir el atractivo del final de etapa, aunque fue ya en el inicio del puerto, a 17 kilómetros de la cima, cuando el aroma a ciclismo creció. Qué sería de éste sin las curvas, sin las paellas. Sirven para tomar posiciones, para ver pasar al pelotón, o varios pelotones, con más pausa. Vuelan. Esas curvas repletas de caravanas que recuerdan la jarana de la noche anterior; esas cunetas llenas de bicicletas, para los que han madrugado y se han echado a un puerto de Primera, hasta que este les ha puesto en su sitio. Chubasqueros, paraguas, sombreros, banderas... y muchos móviles. De tanto grabar se pierden la realidad. Y esa realidad fue espectacular porque Jonas Vingegaard quiso alzar su copa y brindar por un posible triunfo en la Vuelta. Su color de piel esconde su fortaleza. Apenas se habían consumidos las primeras paellas y el danés lanzó un ataque que alborotó al personal. Estaba subiendo a 34 kilómetros por hora en rampas que oscilaban entre el 7 y el 10% de desnivel. Velocidad que otros alcanzamos... bajando. En esos momentos, el móvil estorbaba, porque no se puede aplaudir con el móvil y menos lloviendo. El ambiente estaba en esos primeros kilómetros de ascenso. Ciclismo puro donde pocos lo esperaban ya que entendían que un puerto como Valdezcaray no iba a brindar semejante espectáculo. Vingegaard sonrío, por dentro; mientras Joao Almeida acabó calado y enfadado con Tom Pidcock, que apenas le dio un relevo y le mojó la oreja en línea de meta. Ciclismo también.

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