Betolaza: amor por el vino, respeto a la viña

Clara y Francisco Ibaibarriaga tienen las ideas claras. Las viñas mandan. Cada viñedo se destina a un vino en concreto. Y para ello es necesario realizar un buen trabajo en el campo. En sus parcelas se levantan desde viñas jóvenes, plantadas en 2020, hasta viñedos antiguos de 104 años. En total, apenas 10 hectáreas de garnacha, tempranillo, mazuelo, graciano y viura, que producen 80.000 kilos al año. De ellas salen sus vinos: Betolaza joven, Betolaza crianza, Betolaza reserva (no se elabora todos los años), Betolaza blanco, Magadí, Resaco, Calitrancos y próximamente verá la luz Las Robadas, que nace de racimos cuidadosamente seleccionados de cepas de diferentes viñas. Al final de la vendimia recorren a pie las parcelas en busca de esas uvas. «Le robamos un pedacito a cada viñedo; está embotellado, pero todavía no ha salido a la venta», avanza Clara.

La visita empieza junto a la casa de la abuela, donde se explica cómo llegaban los camiones para descargar la uva y cómo caía al lago abierto del calado. Allí, al elaborar vinos de maceración carbónica no era necesario despalillar. Ahora, sí separan el grano del raspón. A quien llega a Betolaza se le habla del proceso que siguen en bodega, el tiempo que pasan en barricas y, sobre todo, les transmiten el respeto por la viña, el cuidado de la uva, el esmero que ponen en cada racimo vendimiado.

Es el fruto del campo y como familia de agricultores que son, lo ponen en valor. Ese mimo se ve en su Resaco –nombre del paraje donde se erige su viñedo de 1920–. «Es nuestro viñedo especial y en él hacemos una vendimia nocturna, para que la uva llegue fría a la bodega», señala Clara Ibaibarriaga. Racimos que mano a mano recogen los dos hermanos, transportan en cajas y uno a uno van separando los granos. 800 kilos de garnacha tardía que se verán reflejados en 756 botellas, que se han criado en barricas de 500 litros.

Tanto Clara como Francisco quieren dejar su huella en Betolaza. Se han atrevido con un blanco viura 100% fermentado en barrica de 225 litros de roble americano: Magadí, alma de madre, un pilar fundamental de esta familia de agricultores, que buscan acercar a quienes les visitan el trabajo en el campo. Así, es posible visitar sus viñedos y realizar las labores que se llevan a cabo en él (podar, espergurar y vendimiar), además de degustar los vinos en el guardaviñas.

Ese trato familiar acompaña durante todo el recorrido hasta llegar al calado de guarda, del siglo XVI, donde se conservaba el vino en condiciones óptimas y que lo han convertido en un espacio de encuentro, con nichos que albergan una selección de sus vinos para ser degustados por quienes conforman el Club de Amigos Betolaza.