Ana María Matute, en su juventud,. LR
Centenario

Entre ríos, bosques y fantasmas riojanos

La escritora Ana María Matute, barcelonesa de nacimiento y serrana de raíz, hundió en los paisajes de Mansilla su imaginario literario

J. Sainz

Logroño

Sábado, 26 de julio 2025, 08:19

Eso de tener la infancia ahogada ahí abajo da mucha pena». Ana María podía ver en la oscuridad: en el fondo de un pantano, bajo ... las oscuras aguas del tiempo, entre las tinieblas del olvido, ella era capaz de adivinar el cauce del viejo río, la sombra del bosque perdido para siempre, los fantasmas de la niñez que permanecen en algún lugar extraño pero nunca terminan de volver completamente.

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Ana María Matute (Barcelona, 1925-2014) era catalana de nacimiento y riojana de raíz, raíz arrancada cuando sus padres emigraron y reinjertada cuando, siendo niña, volvía a Mansilla de la Sierra, el pueblo de sus abuelos, inundado décadas después. Era un viaje «al paraíso», es decir «a la libertad», como recordaba en otra visita al cabo de los años. En realidad, el país al que ella perteneció siempre era la imaginación.

«Lo que la gente llama fantasía –decía– para mí es tan esencial como la vida. Porque si la fantasía y la imaginación forman una parte tan importante de nuestra existencia, constituyen entonces una de las formas de la realidad. De ahí la importancia que ocupa la fantasía en mi vida de mujer, de escritora, de madre, de esposa».

Baile en Mansilla en los años 40; se dice que Ana María Matute es la joven del vestido blanco en el centro de la foto. Archivo F. Díaz

Fue la segunda de los cinco hijos de esa familia burguesa establecida en Barcelona, de madre severa y colegio de monjas, «una niña de cuarto oscuro y altos vuelos imaginativos», veranos con los abuelos en el pueblo riojano e inocencia interrumpida por el estallido de la Guerra Civil. La fantasía, para ella, fue una escapatoria. O quizás un refugio.

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La fantasía y esa sensibilidad para hacer del paisaje natural y humano un paisaje interior marcaron su imaginario literario. El bosque y el río serranos del Alto Najerilla, las gentes de sus pueblos, inspiraron relatos como 'Historias de la Artámila' y el conmovedor libro de cuentos 'El río', donde narra con hondura poética sus recuerdos infantiles, pero también evoca la violencia, la muerte y la pérdida de la inocencia.

Perteneció a la generación de los niños de la guerra, o como ella misma la denominó, la generación de 'los jóvenes asombrados', que reunió a escritores y escritoras cuyas infancias fueron atravesadas por la contienda, la posguerra y la dictadura franquista. Su querido Mansilla, sepultado bajo las aguas, constituye una metáfora insuperable de la tristeza sin nostalgia, de la memoria sin retorno posible, de la derrota hasta lo más hondo del ser.

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«Lo que la gente llama fantasía para mí es tan esencial como la vida, constituye una de las formas de la realidad»

«Si se topan con las historias que pueblan mis libros, por favor créanselas, porque me las he inventado»

Al cumplirse el centenario del nacimiento de la gran escritora, también merece ser evocada su imaginaria patria infantil, con la que siempre mantuvo un vínculo entrañable. Tras su muerte, parte de sus cenizas fueron esparcidas en el bosque y el río de Mansilla, perpetuando ese lazo vital con la tierra riojana. Hoy, bibliotecas, rutas literarias y espacios educativos de la región mantienen viva su memoria.

'En el bosque', su discurso de ingreso en la RAE en 1998, fue un homenaje a ese entorno y a esa libertad soñada que nunca nadie pudo arrebatarle: «Si en algún momento topan con algunas de las historias que pueblan mis libros, por favor créanselas. Créanselas porque me las he inventado».

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La escritora, en Villoslada en 1998, durante un viaje a La Rioja para grabar un documental de TVE sobre su infancia F. Díaz

'Los niños tontos', 'Olvidado rey Gudú' y otras invenciones

Procedente de ese mundo imaginario, Ana María Matute escribió su primera novela a los dieciséis años, 'Pequeño teatro', publicada tiempo después al ganar el Premio Planeta (en 1954). Con 'Primera memoria obtuvo también el Nadal (1959) y con 'Los soldados lloran de noche' (1964) y 'La trampa' (1969) completó la trilogía 'Los mercaderes'. Su consagración definitiva llegó con 'Olvidado rey Gudú' (1996), su obra más emblemática, un clásico de culto para muchos lectores y el título «favorito» de la propia autora. Una historia sobre el tiempo y sus criaturas con un trasfondo antibelicista permanentemente vigente.

Ese año fue nombrada miembro de la RAE y posteriormente llegaron otros reconocimientos, como el Premio Nacional de las Letras Españolas (2007), la Creu de Sant Jordi (2009) y el Cervantes (2010). Antes había ganado el Café Gijón con 'Fiesta al Noroeste' (1952), el Nacional de Literatura con 'Los hijos muertos' (1958) y el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil con 'Solo un pie descalzo' (1984).

Su bibliografía incluye gran cantidad de cuentos y obras infantiles, como 'Los niños tontos' pero nunca fue una escritora del género, como se la quiso encasillar por puro prejuicio. También fue víctima de la censura, desbordante y liberada como era. Su libro 'Luciérnagas', por ejemplo, estuvo años sin poder publicarse.

Toda su obra fue pura invención: «Quien no inventa –decía, traviesa– no vive».

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