Había expectación y ganas de oír al pianista español más internacional del momento (con permiso del gran maestro Joaquín Achúcarro, que, a los noventa años ... recién cumplidos el pasado uno de noviembre, se mantiene en sosegado activo). Javier Perianes (Huelva, 1978) está desarrollando en lo que va de siglo una impresionante carrera junto a los mejores directores y orquestas del mundo, con enorme solidez técnica y luminosa musicalidad, haciendo honor a los grandes maestros de los que ha aprendido, como Josep Colom, Alicia de Larrocha o Daniel Barenboim, y demostrando su grandeza en excelentes grabaciones como la muy premiada del Concierto de Grieg, Falla, Beethoven, Chopin... Así que había un alto interés en este concierto, con una sala que lucía una magnífica entrada, aunque cuajada de estudiantes con sus profesores y muchos niños con sus padres, fruto, supongo, de alguna promoción especial, que, aunque peligrosa para el necesario silencio, es bienvenida por quien esto escribe.
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A Logroño venía Perianes con la espléndida Orquesta Sinfónica de Castilla y León, y no con uno sino con dos de los más bellos conciertos de Mozart, el nº 20 y el 23, prologados por la obertura de la ópera 'Una cosa rara' del valenciano Martín y Soler, totalmente contemporáneo de Mozart y gran triunfador en su tiempo (de hecho las tres obras interpretadas fueron compuestas en el mismo año de 1786). Sólo con ver la formidable plantilla orquestal que apareció en el escenario, ya supimos que la versión a escuchar no iba a ser muy purista ni recóndita, sino más bien opulenta, arrancando la obertura en tromba a las órdenes de un exagerado concertino-director de ostentosa gestualidad próxima a la luxación de cadera, como queriendo arrastrar a la orquesta a una lectura expansiva, que resultó brillante pero ampulosa. Mi sorpresa llegó a continuación, con el Concierto nº 23 de Mozart (¿por qué este cambio de orden en el programa sin aviso al público? Un poco de respeto, por favor), ya bajo la dirección directa del pianista, también con gestualidad aparatosa y continuando con esa orientación extravertida y pirotécnica, como queriendo mostrar que se estaban dejando la vida en la interpretación. La verdad es que con esa rimbombancia se iba perdiendo por el camino el equilibrio, las proporciones y la cuadratura propia de la música de Mozart, llegando incluso a quedar oscurecido el maravilloso y conmovedor Adagio central, una de las melodías más bellas de la historia.
Pensé que esta apreciación podía ser debida al movido ambiente infantil que me rodeaba, así que para la segunda parte me situé en las primeras filas, junto al pianista, y la verdad es que pude disfrutar de un Concierto nº 20 mucho más 'en su sitio': la música respiraba, había otra transparencia en el fraseo, en la expresión y en las dinámicas. El bellísimo Romanze central sí que sonó pleno de emoción y deleite. La orquesta estaba absolutamente entregada al pianista (si Perianes se hubiera tirado por un puente, habrían ido detrás) y estaban haciendo música viva y hermosa. Visto lo visto, no cabe duda que Perianes quería experimentar 'sus' conciertos mozartianos, vivaces y chispeantes, y que si hubiera sido en Centroeuropa, con una orquesta de Viena o Berlín, habría sido menos expansivo y buscado más autenticidad y hondura. Las versiones musicales muy efervescentes suelen ocultar el auténtico bouquet y este Mozart tenía quizás demasiada burbuja. En cualquier caso, que conste que prefiero vivacidad a indolencia. ¡Gracias maestro!
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