Diego Urdiales, (casi) Príncipe de Sevilla
El torero de Arnedo corta dos orejas a una res de Domingo Hernández tras una faena intensa y de mucha personalidad
Nos encontrábamos en la recta final de la faena al cuarto toro de la tarde cuando todo explosionó. Toda La Maestranza, que estaba llena, se ... rindió a Urdiales en ese instante, en ese remate al final de la serie que nos pellizcó fuerte. Atronadora fue esa ovación que no cesaba. Diego se fue detrás de la espada como si la vida le fuera en ello que, en parte, así era. En ese cruce entre él y el toro se firmaba todo. Fue una faena memorable la que obró, de esas que siguen y seguirán vivas por los siglos de los siglos, porque tuvo tanta personalidad y sentimiento que Sevilla la recordará.
A los medios se fue Diego con paso lento, firme, y al público le brindó la obra que iba a componer seguido. Urdiales se metió de lleno en el corazón de Sevilla y en el de muchos de sus paisanos, que peregrinaron a la capital hispalense para arroparle. Primero trató de atemperar la embestida del toro de Domingo Hernández, con muletazos por alto seguidos de varias series en redondo. La faena fue a más, poco a poco y sin prisas. Diego armó varias series componiendo la figura, con esa forma tan natural que tiene. El toro era algo incierto, bronco, le presentó muchos problemas en los viajes, pero luego fue yendo más largo y con mayor profundidad. Sin perder la verticalidad, Urdiales fue componiendo una faena de mucha raza, porque el toro no invitaba a la relajación sino al contrario, y tuvo que robarle los muletazos con empeño. No fue una faena de esas en las que comienza un carrusel de muletazos y pierdes enseguida la cuenta. La faena tuvo su sello, adaptada al toro que tenía delante y estuvo muy cuidada, porque todo lo que ejecutó lo hizo sin romper los esquemas y sin tirones, nada fue porque sí.
La tarde
-
Real Maestranza de Caballerías (Sevilla). Real Maestranza de Caballerías (Sevilla). Se lidiaron toros de Domingo Hernández y uno, el 2º, de Garcigrande. El 1º, complicado y de corta arrancada; 2º, manejable; 3º, noble; 4º, encastado; 5º, fue a menos; y el 6º, complicado. Lleno.
-
Diego Urdiales, de verde y azabache. Estocada (saludos). Estocada (dos orejas).
-
José María Manzanares, de azul marino y oro. Estocada recibiendo desprendida (oreja); dos pinchazos, media, cuatro descabellados (saludos).
-
Ángel Jiménez, de rosa palo y oro. Pinchazo, estocada (saludos); estocada (ovación).
Hubo muletazos extraordinarios, ceñidos a la cadera y rematados al final tras enroscárselos al cuerpo. Derrochó torería y clasicismo en cada serie. Fue acariciando las embestidas, haciendo que el toreo fluyera, que fuese suyo, buscándolo, que el cuerpo lo sintiese y los que estábamos arriba lo gozáramos. Tuvo que calibrar todo, distancias, alturas, terrenos. Por el pitón derecho tenían mayor compostura las series, pero por el zurdo más hondura.
Largura y profundidad
Naturales bellísimos los que imprimió. Lo hizo todo con esa despaciosidad que Diego tiene. La última tanda, también al natural, dándole el pecho al toro, llevándolo de uno en uno, fue volcánica. Sevilla se entregó y con las dos orejas le premió. Antes, con el capote, Urdiales también toreó bonito a la verónica a este toro, abrochado el ramillete de recibo con una preciosa media.
El festejo no comenzó bien. De vuelta estaba el primero. Un mastodonte fuera de tipo y a punto de cumplir los seis años, fue lidiado por Urdiales en el tiempo de descuento. No entró a los vuelos del capote. Salió al paso de chiqueros, con tranquilidad, como quien se las sabe todas, sin importarle nada ni nadie. Consiguieron llevarlo al caballo hasta en tres ocasiones y las tres veces tiró a tierra a Manuel Burgos. Se quiso venir arriba el toro.
A Juan Carlos Tirado le brindó Diego, que es uno de sus hombres de confianza y que ayer se cortó la coleta. Él fue quien lo hizo. No solo tuvo que lidiar contra la áspera embestida del toro, sino que se presentó el viento y, contra aquello, muy difícil lo tuvo para conseguir meterlo en faena. Intentó tirar de él, pero no pudo.
Diego dejó grabado su nombre en la arena después, como quien se tatúa algo para que quede para siempre. Dejó impreso su sello toreando y a hombros se marchó por la puerta de cuadrillas. Le faltó una oreja para abandonar la plaza acariciando el cielo sevillano por las orillas del Guadalquivir como Príncipe de Sevilla, la obra que armó bien lo que mereció.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión