La Virgen de Valvanera en dos exposiciones nacionales
Jorge Latorre Izquierdo | Profesor de Historia del Arte en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid
Lunes, 10 de marzo 2025
Ha tenido lugar en el museo del Prado una fantástica exposición titulada 'Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro', que estuvo abierta hasta el pasado 2 de marzo. En ella podía verse una talla del magnífico retablo de madera policromada que fue el canto de cisne de Damián Forment en Santo Domingo de la Calzada. Pero quiero destacar especialmente sobre el maravilloso conjunto de escultura y pintura expuesto ahí las tres reproducciones del modelo vestido de la virgen de Valvanera, tal y como solía exponerse antiguamente; el mismo modelo que aparece en la imagen de la capilla de los riojanos en la famosa iglesia de San Ginés de Madrid, relacionada con algunos de los grandes artistas del siglo de Oro como Quevedo, Lope de Vega y Tomás Luis de Vitoria. Se trata de una iconografía que actualiza los rasgos primitivos del románico o prerrománico a los gustos más naturalistas del Barroco. Es de esta época cuando surge también la interpretación «realista» que explicaría el giro del cuerpo del niño para dar la espalda, a una supuesta escena sacrílega que ocurría en el tempo. Una de las muchas restauraciones recientes de la imagen incluyó un texto alusivo a este supuesto hecho en el libro que sujeta el niño: «BOLBIO/EL ROSTRO/POR/NO VER/UN SA/CRI/LEGIO».
Cuando la Virgen se esculpió esta explicación no era necesaria. Hasta el románico del siglo XI-XII las representaciones eran simbólicas, no naturalistas. En este caso, la Virgen se nos muestra impasible en su roll de Trono de la Sabiduría, una de sus atribuciones teológicas primitivas. Esa Sabiduría encarnada es el niño Jesús que lleva en el regazo, que no sería tanto un niño como un pequeño Pantócrator (todo poderoso), que con su rostro adulto e impasible levanta una mano para bendecir-juzgar mientras sujeta con la otra el libro de la Vida, en el que todo está escrito, siguiendo la iconografía del libro del Apocalipsis. El giro extraño de la espalda obedece también a una explicación simbólica: su madre, como nueva Eva, lleva una manzana en la mano, una fruta simbólica del pecado original, al que ese nuevo Adán vencerá con su Pasión y Resurrección. A sus seguidores les muestra el camino del Cielo, que pasa por dar también la espalda al pecado, con la ayuda de la Virgen María, a la que se invoca en el santuario de las montañas riojanas. En el románico, como sigue ocurriendo en los iconos orientales de inspiración bizantina, todos los gestos expresan verdades teológicas, pues interesa más la realidad de la Fe que la de los sentidos. Pero no así en el Renacimiento y Barroco del Siglo de Oro español, que es el tiempo al que pertenecen las imágenes expuestas en la exposición Darse la Mano.
Comisariada por Manuel Arias Martínez, Jefe del departamento de Escultura del Museo Nacional del Prado, esta exposición muestra en varios capítulos muy bien explicados, los precedentes del realismo español, y sus mejores logros en la escultura policromada del siglo de Oro, cuando generaciones de magníficos artistas y artesanos, tanto pintores como escultores, alcanzaron los más altos niveles de arte y verosimilitud al servicio de la devoción popular .La finalidad persuasiva y emocional de estas imágenes se ilustra muy bien con la transformación que en el Renacimiento y Barroco se produjo en la iconografía de Nuestra Señora de Valvanera, patrona de la Rioja.
Para mostrar el diálogo que se produjo entre las dos artes que se dan la mano, pintura y escultura, la exposición nos invitaba a comparar una preciosa escultura policromada del siglo XVII proveniente de Astorga con un cuadro datado en el primer tercio del siglo XVIII, perteneciente a la Colección BBVA. Estas obras no solo muestran lo universal que llegó a ser la devoción riojana en esas épocas, sino también cómo la representación pictórica inmortaliza una escultura de carácter devocional, colaborando así en la difusión de modelos y en la consolidación de la iconografía, adaptada a los gustos de otras épocas. La obra se relaciona con una estampa anónima –dedicada al capitán general de Mar y Tierra, Íñigo de la Cruz Manrique de Lara Ramírez de Arellano (1673-1733)–, con la que muestra similitudes, como la posición del árbol, la aparición del ángel al ladrón arrepentido a la derecha, la fuente milagrosa y las abejas, el cofre con tesoros en primer plano y el águila del trono atrapando una serpiente. Son detalles que están en las narraciones medievales sobre el hallazgo milagroso de la imagen, y que debían de formar parte del trono antes de que el monasterio sufriera incendios y saqueos, salvándose solamente la escultura románica de todo este conjunto del camarín anterior.
Del barroco es también la deliciosa representación de la Virgen de Valvanera que nos dejó la escultora que, hasta el 9 de marzo, ha recibido homenaje en el museo Nacional de Escultura de Valladolid con la exposición Luisa Roldán. Escultura real. En este caso, además de seguir el modelo vestido y edulcorado propio de esta época naturalista, se añade el simbólico roble en el que fue encontrada, engalanado por una hilera de querubines mirando embelesados a la imagen milagrosa, a modo de guirnalda celestial.
Incluso el giro violento del cuerpo que hace de la imagen de Valvanera una inconografía única e inmediatamente reconocible, ha quedado reducido a un pequeño baile, a tono con la coreografía angelical. Son modos y maneras de una época que ya no es la nuestra, y por eso hemos eliminado de la imagen esas vestimentas que le fueron añadidas hasta el siglo XX, para captar mejor su primitiva sencillez y majestad hierática, aunque ya no sepamos mucho de esos símbolos teológicos. Espero con estas líneas haber contribuido un poco a refrescarlos, y que muchos riojanos, y no riojanos lectores del periódico, conozcan un poco más sobre esas dos magníficas exposiciones celebradas en nuestros dos grandes museos nacionales de pintura y escultura.