Qué obsesión por cortar cabezas. No pienso discutir la Revolución Francesa ni su orgía de guillotinas y cestos rebosantes de nobles melones y pelucas empolvadas. ... Ni siquiera me siento capaz de llevar la contraria a Salomé; los profetas como Juan el Bautista pueden ser un coñazo sin muros en las mazmorras lo bastante gruesos para acallar la conciencia. Pero, ¿decapitar el teatro? Por ahí sí que no paso.
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Ana Rujas –esto no es ninguna profecía mesiánica, sino algo demostrado– promete grandes momentos del cine, la televisión y la escena. Y, visto lo visto, de todo a la vez. Pero me temo que ese será ya otro género: teatro-movie quizás o teatro-secuencia, términos que acabo de inventarme. De entrada, no me parece mal, pero reconozco que me confunde estar en el Bretón y sentirme como en Netflix: demasiado primer plano.
Sobre el papel, 'La otra bestia' es la historia de una mujer enfrentada a su monstruo interior, una mujer muy mujer y un monstruo muy cabrón que arrastran en su pugna –todavía no sé si autodestructiva, como parece, o de autoafirmación personal y mística, como se intuye– a dos hombres, marido y amante, tampoco sencillos, pero menos dibujados, a los que quiere, a cada cual a su manera. Hay un tercero, un tal Padre, un tal Dios, una presencia superior a quien ella aspira por encima de los cuerpos de los otros. Y todavía hay un cuarto ser, que, por el contrario, es puro cuerpo de su cuerpo, carne de su carne, sangre de su sangre, su misma alma, si tal cosa existiese: un hijo en sus entrañas. ¿A cuál de ellos busca la otra bestia?
Quizás a todos al mismo tiempo y a la vez a ninguno. Quizás lo sea ella misma, Sara, el personaje bíblico de cuya (in)fertilidad depende la supervivencia de una estirpe que se cree divina. O Salomé, la mucho más mundana princesa, encaprichada de la voz que clama en el desierto. O directamente Ana, explorando la identidad de una mujer moderna a través del deseo y la trascendencia existencial. Ana Rujas dispuesta a traspasar los límites de la expresión y a cortar unas cuantas cabezas.
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Me quedo con las ganas de saber si esta historia emocionalmente tan intensa lo sería también con una puesta en escena estrictamente teatral o, al menos, solo un poco menos cinematográfica. El ejercicio de estilo multiartístico está magistralmente ejecutado, hasta el punto de que la videografía en vivo resulta lo más relevante. La composición y los encuadres de cámara son perfectos en cada escena; como para quedarse en casa a ver la obra, al estilo inverso de películas como 'Faces' o 'Birdman'.
Lástima que ese plano secuencia en blanco y negro proyectado en formato cinemascope de forma simultánea le robe verdad a eso otro que está ocurriendo ahí mismo, justo debajo de la pantalla, en el escenario... ¿Cómo se llamaba? ¿Era teatro?
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