Concurso de despropósitos en la charca
CON LOS SIETE SENTIDOS ·
La población de las charcas de las ranas estaba tan entusiasmada como indignada por algunos incidentes que ocurrían en el lugar y también por la ... serie de medidas que últimamente habían decretado las dirigentes «ranas sabihondas» de la zona y más allá.
Por una parte tenían tal cantidad de obras nuevas levantadas por el norte, sur, este y oeste de la comarca que difícilmente podían trasladarse de una charca a otra vecina sin caer en alguna zanja nueva o valla o marca de colores fosforescentes. Marcas a las que tampoco les encontraban ni necesidad ni utilidad, y que en muchos casos las consideraban un desatino. Por tales despropósitos se oía croar a «las ranas del sud» como a Alonso Quijano en El Quijote «cuando no estamos en la una, estamos en la otra». La cosa no paraba en las tareas del suelo, también se estaban alzando recintos inauditos bajo el nombre de «ampliación» o «gemelo» de un espacio ya habilitado y natural que no gustaban a la mayoría de los habitantes. Tanto era el run-rún que se movía en el aire que las «ranas sabihondas» idearon una encuesta donde efectivamente se demostró que casi el 60% de sus raniles ciudadanos no estaban de acuerdo con los proyectos. Cosa que en nada impedía a las «ranas sabelotodo» seguir adelante con ellos puesto que, además, estaban apoyados por otras «ranas famosas».
Para completar la historia había otros sucesos poco vistos hasta entonces, como las filas colosales de renacuajos y renacuajas, especialmente, que se formaron en una balsa cultural a raíz de la «rana instagramera» aparecida por allí para vender sus hojas, mientras que en el resto de balsas las ranas de prestigio y experiencia soportaban un vacío impropio para su pericia.
Todo esto puede considerarse anecdótico y propio de todas las regiones batracias del mundo, pero nuestra sociedad ranil se conmocionaba con otras noticias que atañían directamente a sus fangales, a sus vidas familiares y a sus economías: las luciérnagas no daban su luz sin una cuota previa establecida en las altísimas instancias; los «rio-ductos» no llevaban agua suficiente; los alimentos estaban por las nubes, etc. etc. A la vez, se escuchaban los discursos rimbombantes de las más poderosas «ranas sabihondas» dando contundentes explicaciones de que todo ello era por una guerra en un sector muy lejano, y proponiendo medidas para paliar los efectos derivados de la invasión en aquel remoto territorio. Las ranas de a pie, y las del sud se miraban ojipláticamente, como si antes de aquella horrorosa guerra —que les encogía su corazoncito— no las pasasen más que canutas para vivir su día a día, y como si algunas medidas no se hubiesen podido poner antes.
Por eso, por el aire seguían circulando las moralejas: «la altura del soberano depende de la altura de su pueblo», «levantar un andamio no es edificar» (Napoleón) y etc., etc.
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