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Interior de la estación de tren de Logroño; foto tomada el pasado martes . :: juan marín
Rigurosamente vigilados
#LaRiojaquiereAVE

Rigurosamente vigilados

«Dos cosas contribuyen a avanzar: ir más deprisa que los otros o ir por el buen camino»

Jorge Alacid

Domingo, 15 de noviembre 2015, 23:22

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René Descartes

La campaña puesta en marcha por Diario LA RIOJA en favor de la mejora de las conexiones ferroviarias de la región con su entorno, largamente maltratadas, ha recogido una enriquecedora diversidad de opiniones, entre las que prevalece la coincidencia en exigir el fin de tantas décadas de marginación del gran mapa nacional de infraestructuras. Hay quien observa, con razón, que también las comunicaciones por carretera presentan muy mala pinta y de ahí la reivindicación histórica, redoblada en estas fechas, para liberar la autopista de peaje. Al parecer, unos cuantos riojanos se han cansado de esperar a que se duplique allá en el próximo siglo la carretera Nacional 232. Los hay impacientes.

Igualmente, hay ciudadanos para quienes el progreso ferroviario debe desvincularse de la llegada, mil veces anunciada, del AVE a tierras riojanas. Para quienes así opinan sería más necesario dotar a La Rioja de enlaces ferroviarios acordes con el tiempo en que vivimos aunque menos ambiciosos, puesto que estiman que la alta velocidad reclama tantas atenciones en materia de presupuestos que acaba resultando imposible de satisfacer con las menguadas aportaciones de las arcas públicas en esta época de vacas muy flacas. Flaquísima. Son reflexiones complementarias con la campaña en demanda del AVE, puesto que no se entiende que sean contradictorias: se puede reclamar unas mejoras urgentes en la vía férrea y aspirar de paso a incorporarse a los progresos con que sí cuentan otras regiones de España.

Porque, en realidad, todas estas voces reclaman algo común: el fin del aislamiento de la región. Habrá por supuesto jerarquías y prioridades en el ámbito de infraestructuras, pero está muy extendida la visión según la cual a nuestro alrededor las inversiones corren al ritmo que marcan los tiempos, mientras que en La Rioja siempre pueden esperar. Hay otra coincidencia también generalizada entre todas estas voces críticas con la atención que recibe la región del Estado al que pertenece en materia de comunicaciones: que la capacidad de sus poderes públicos para presionar en las altas esferas del Gobierno nacional parece mejorable. Muy mejorable.

Hace unas cuantas legislaturas, un mandatario riojano mandó llamar a su despacho a quien esto escribe. Le esperaba con un puñado de folios en la mesa, reportajes que había firmado en este periódico a cuenta del abandono que sufría ya entonces nuestra vía férrea. Cuando el periodista pensaba que le iba a a caer alguna cariñosa colleja por empecinarse en señalar con el dedo lo que todo el mundo veía, resultó todo lo contrario: aquel dignatario le dio las gracias. Le contó que sólo merced a la capacidad que todavía parecen poseer los medios de comunicación para dar voz a la opinión pública, él podía enviar todos esos papeles vía fax al Ministerio correspondiente. Luego le tocaba rogar, implorar o exigir llegado el caso que alguien desde las misteriosas estancias de Fomento atendiera sus quejas. Pero sin todos esos artículos, aquel empeño hubiera sido todavía más inútil. Sin esas informaciones, ni siquiera se hubiera tomado la molestia, vino a confesar, de tomar el teléfono y quejarse ante quien tocara quejarse.

Vigilados nuestros representantes públicos, rigurosamente vigilados por el celo de la prensa cuando sabe cumplir con su obligación, hacían entonces lo que podían. No fue mucho, pero sería algo, sobre todo en comparación con la pasividad actual. ¿Quién levanta ahora la voz ante La Moncloa para defender el despropósito que supone las actuales conexiones por tren? Se ignora. Seguramente, nadie. Igual que a todo el mundo le pareció bien que Rodríguez Zapatero enlazara una promesa incumplida con otra, a los dirigentes del PP con despacho en el Palacete les incomoda convertirse ante Mariano Rajoy en el incordio que, sin embargo, todo dirigente necesita para ejecutar su trabajo cabalmente. El presidente de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, milita en el mismo partido que el presidente de La Rioja, pero cuando ha tenido que meterle el dedo en el ojo a su ministro de Industria porque su política minera desatendía a la región que preside no le ha importado demasiado. Al revés: es posible que su estatura política haya crecido a medida que la ciudadanía vaya calibrando de qué es capaz un presidente de Gobierno que sí piensa más en sus paisanos que en sus jefes.

Las declaraciones que en este mismo periódico firma hoy Antonino Burgos, consejero del ramo, son desoladoras. Sin capacidad crítica ni desde luego autocrítica, sus palabras tienen sin embargo una virtud: son un estupendo resumen de la falta de coraje político que ha caracterizado en este ámbito a los dirigentes riojanos en los últimos años. Burgos, que fue consejero con Pedro Sanz y lo sigue siendo con José Ignacio Ceniceros, no es por supuesto Práxedes Mateo Sagasta. Aquel político, nimbada su gestión del lamentable caciquismo propio de la época, supo sin embargo tener un ojo siempre puesto en la tierra que le dio cuna: los progresos en comunicaciones que La Rioja le debe son tan innumerables como la dejadez que luego ha sido tendencia. Hoy, convencer a alguien con residencia en Madrid para que acuda a cualquier rincón de esta tierra a participar en una conferencia, recorrer alguno de sus rincones o conocer de primera mano cuanto de valor tiene la geografía riojana representa una lucha contra los elementos que suele acabar mal.

Sobre todo, cuando ese alguien compara las facilidades que tiene para moverse por el resto del país y la anacrónica travesía por la España interior que supone hacernos una visita. Esta semana entrante, que coincidirá con la estancia de dos ministros de Rajoy en La Rioja, será seguramente otra oportunidad perdida: para animarles a que vengan a vernos en tren y sientan por lo tanto lo que siente cualquier riojano cada día y para aprovechar para preguntarles qué hay de lo nuestro. De lo nuestro que lleva pendiente desde Sagasta.

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