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Por qué nos gustan los lunes
LA CRÓNICA

Por qué nos gustan los lunes

«... pesa una evidencia que se abría paso a medida que se acercaba este domingo: que el bloqueo se mantiene»

Jorge Alacid

Domingo, 26 de junio 2016, 10:06

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Decía Winston Churchill que después de votar es muy fácil conocer al ganador: frente al barullo propio de cada jornada electoral, cuando cada candidato se proclama vencedor, en realidad sólo se impone uno de esos partidos. El que luego forma Gobierno. De modo que, según la sentencia del legendario político británico, en España nadie ganó con ocasión del 20D. Nadie ganó porque nadie llegó a gobernar, de donde se deduce la necesidad de repetir convocatoria, llamar de nuevo a los españoles a otra cita con las urnas, marearles con eslóganes, mítines y consignas, embarrar el campo con algún insulto o calumnias entre candidatos, interpretar los sondeos hasta que digan lo que cada cual quiere que digan... El paisaje habitual. Tal vez más aburrido porque se consume por partida doble en apenas medio año.

Aunque sobre semejante diagnóstico también pesa una evidencia que se abría paso a medida que se acercaba este domingo: que el bloqueo se mantiene. España se ha partido más o menos en cuatro pedazos, ocupados sin grandes novedades por los mismos partidos que ya se repartieron la tarta electoral en diciembre. A esa certeza debe sumarse que no caben grandes esperanzas respecto a la capacidad de unos y otros para desbloquear ese empate. La unión entre la izquierda comunista de siempre con la neoizquierda de Podemos puede provocar cambios cuando hablen las urnas... pero más cosméticos que profundos. Porque aunque esa alianza electoral pudiera adelantar al PSOE, la pregunta central seguiría sin responderse: quién forma Gobierno.

Lo cual consagra una evidencia: que el día siguiente a las elecciones se convierte en más importante que la propia jornada electoral. Porque suena entonces la hora de la grandeza, de la habilidad para el acuerdo, del sentido de Estado. Esa gavilla de asignaturas pendientes de ser aprobadas en la España actual, que tanto hace añorar el pasado no tan lejano, cuando Suárez y González se intercambiaban el mechero para echarse un pitillo o Carrillo ponía al todopoderoso Partido Comunista al servicio de la reconciliación nacional.

La práctica incapacidad que ya exhibieron los partidos hace medio año para forjar una mayoría digna de tal nombre en el Parlamento que aupara a uno de los diputados a la jefatura de Moncloa invita hoy al pesimismo. Todo son cábalas, hipótesis. Puro humo. El PP sólo podría gobernar si alcanzara un acuerdo con el PSOE que Pedro Sánchez descarta: sabe que tal pacto sería el certificado de defunción de su partido. Con Ciudadanos, a Mariano Rajoy le ocurre otro tanto: sólo si aceptara apartarse se visualizaría la posibilidad de que Albert Rivera apoyara un Gobierno del PP. A la izquierda, algo parecido: Sánchez tampoco ignora que regalar su respaldo a Podemos conduciría al PSOE a la trituradora, de modo que la única opción plausible para que materializara su ilusión de gobernar España pasa por mantenerse como segunda fuerza y convencer a Pablo Iglesias de que le respalde... lo cual en diciembre resultó imposible.

Aunque también puede suceder lo que acaba de ocurrir en Gran Bretaña: que el elector vote sorpresa. Que se decante por soluciones más imaginativas. Que en consecuencia haga sus deberes, convencido tal vez de que la política es algo demasiado serio para dejarlo en manos de los políticos. ¿Una inesperada mayoría absoluta que permita gobernar España habida cuenta la imposibilidad de acuerdos? Pudiera ser, pero no lo parece: en realidad, se cumplirá el adagio expresado por Felipe González, según el cual eso de que los españoles votan por el pacto es mentira: «Los españoles votan lo que les da la gana; otra cosa es que el resultado de su voto obligue luego a pactar». Así que mientras nos seguimos preguntando por qué nos gustan tanto los lunes siguientes al domingo de las elecciones, la frase del expresidente apunta directamente a la clave de arco de cada votación: la sesión de investidura.

Porque como explica muy didácticamente la politóloga Natalia Ajenjo, por toda Europa «los sistemas de partidos están cambiando más rápido que las normas». De modo que este 26J se vota en realidad algo más que a los futuros miembros del Congreso y el Senado: se vota sobre todo si el actual modelo parlamentario mantiene su vigencia. Si debe revisarse un esquema que conduce de modo perverso al bloqueo. Si prevalece el empate perenne y, en consecuencia, una tercera convocatoria electoral acaba siendo inevitable. Pero las urnas calibran también algo más que la salud de la democracia o la valía de nuestros líderes. Miden algo que tiende a olvidarse: el ingenio de los electores. Los auténticos gobernantes, aunque sea por persona interpuesta. Porque el futuro del país siempre dependerá del buen juicio de sus ciudadanos.

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