A nadie se le escapa la profunda crisis que estamos viviendo actualmente. Crisis nacional y crisis internacional se ciernen pertinazmente sobre una ciudadanía que contempla ... con estupor el devenir de hechos en una especie de «déjà-vu» que nunca hubiera esperado como escenario final, abocándonos a un abismo incierto y poco alentador, pero ya vivido históricamente.
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Es inadmisible la corrupción de altos cargos políticos en nuestro país que utilizan su posición privilegiada para trapicheos personales. Sin duda, reclama una respuesta contundente que temo no tenga la eficacia de llegar a la raíz de regenerar el sistema político. Tras el escándalo del «tripartito» compuesto por Koldo-Ábalos-Cerdán hay algo más profundo que debiera hacernos reflexionar y tomar medidas realistas de regeneración del actual sistema, mucho más allá de los partidos políticos.
Con lo que está aflorando y la situación consecuente, aparecen numerosos personajes esgrimiendo un purismo ansioso de convertir la situación en una oportunidad de revertir el poder actual, sin garantizar que el Estado regenere la lacra que realmente le lastra: la tolerancia a la corrupción. Si miramos atrás, al menos desde el inicio de la democracia actual, aflorarán nombres y escándalos bochornosos a derecha y a izquierda inexcusables, algunos incluso con un coste de vidas humanas que no ha servido de nada, sin reclamar consecuencias a quienes hicieron dejación de responsabilidades. Esto lleva a aquel pasaje de la Biblia de «quién esté libre de culpa, que tire la primera piedra», dejando sin afrontar el núcleo que hace posible la intolerable conducta corrupta.
Hay demasiada tolerancia a la corrupción, ahora y antes, en un partido y en otros; es lo que debe ser erradicado de raíz leyendo las lecciones de la historia; si no se afronta la causa, solo se cambia la titularidad de las manos corruptas. Es decir, quizás lo de «muerto el perro, muerta la rabia» no sea veraz; si no se erradica la corrupción, continuará determinando demasiadas cosas en nuestra gobernanza.
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El escapismo de la realidad haciendo como si no sucediera nada grave, el culpar al vecino de lo que uno ha practicado, o el ver la «aguja en ojo ajeno pero no la viga en el propio», son inútiles porque lejos de resolver la raíz de la situación, solo aumentan el coste y cambios en la gobernanza dejando la razón de fondo irresuelta.
Como dice Joan Baez: «Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella».
Basta.
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