El odio irrefrenable es incoloro
Se acaban de cumplir 25 años del genocidio ruandés, en aquel estallido tribal entre hutus y tutsis que acabó con la vida de 800.000 ... personas, hombres mujeres y niños, la mayoría de ellos muertos a machetazos. Echando la vista atrás, llama la atención lo rápido que se desencadenó aquel odio irrefrenable, que llevó a matar sin consideración a familias enteras que, hasta poco antes, habían sido amigas y vecinas de los asesinos.
Uno, en la comodidad democrática europea, puede tender a pensar que aquello fue cosa de tribus africanas, en realidad lo fue, y que eso no puede pasar en países civilizados y 'cultos'. Nada más lejos de la realidad, pues la historia nos da buenas muestras de ello: no creo que sea necesario recordar cómo, en una nación civilizada como Alemania se desató el odio contra los judíos y acabaron gaseando a millones de ellos; o cómo en los Balcanes, hasta entonces compatriotas bien avenidos, se desató ese mismo odio y se cometieron barbaridades genocidas; o cómo, en la Guerra Civil española, también se desató ese odio irrefrenable, en este caso por motivaciones políticas, y, sin distinción de bandos, se asesinaba a los propios vecinos.
No, no es tan difícil inculcar el odio a otras personas, basta con señalarlas como 'diferentes' y hacerles culpables de alguno de nuestros males, aunque sea de forma falsaria. No hace tanto, murieron más de 800 personas en esa absurda lucha nacionalista que ETA desencadenó en España. Y podríamos seguir poniendo ejemplos de ese odio repentino, que acaba en tragedia, sin necesidad de remontarnos al pasado ni de irnos muy lejos.
Todos los ejemplos que acabo de poner tienen algo en común: siempre ha estado de por medio alguna clase de nacionalismo. Es muy peligroso creerse puro, en relación a otros, pues así comienza la semilla del odio. Basta con azuzar sentimientos de clan, de raza o nacionales, para crear el caldo de cultivo que lleve a odiar a algunos semejantes y que puede acabar en sucesos trágicos. Creo que en Cataluña se ha abusado de azuzar este tipo de sentimientos, que llevan a que unos se crean superiores a otros. ¡Ojo! En la vida estas cosas no suelen salir gratis, pues los sujetos del odio no suelen caer en la cuenta de su error hasta que es demasiado tarde. Azuzar las diferencias no es buena idea y, en época electoral sobre todo, se azuzan demasiado. Uno comienza despreciando al vecino, porque lo cree ver distinto, y, antes de darse cuenta, está cogiendo un machete para matar a él, a su mujer y a sus hijos. Como los hutus y los tutsis.
En el fondo, todos somos iguales, aunque tengamos distinto color de piel. El odio es incoloro.
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