Se le atribuye a Franco la frase: «Haga como yo, no se meta en política». Hay quien dice que el general se la dijo al ... escritor José María Pemán. También Antonio Mercero, en su película 'Espérame en el cielo', la pone en boca de Franco, que se la dice a su doble, que dudaba de su capacidad para dirigir un Consejo de Ministros. En cualquier caso, además de la broma, casi macabra, que supone que un dictador diga que no se mete en política, la frase desprende un cierto desprecio hacia dicha actividad, como si no fuera muy recomendable. Creo que es una realidad, en buena parte de la ciudadanía, ese mal concepto que, en mayor o menor grado, se tiene de la política y, aunque la clase política no siempre ha sido igual, viene de siempre. Mi abuelo, una persona con principios y con la sensatez del hombre de campo, solía decir: «La política para quien viva de ella». Una frase que plantea, a mi modesto entender, la importante cuestión del «vivir de la política».
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Aunque miles de españoles se dedican al servicio público, sin ningún reconocimiento económico, y trabajan por el bien de los demás desde concejalías de pequeños pueblos perdidos, o no tanto, en el mapa, parece razonable que quienes se dedican de forma exclusiva a la política tengan un sueldo, como cualquier otro trabajador. Si no, sólo podrían dedicarse al servicio público los millonarios, y tendríamos una especie de antigua Cámara de los Lores por doquier. El asunto, sencillo en principio, parece que comienza a convertirse en problemático cuando el que entra, con dedicación exclusiva, a la política no tiene una manera previa de ganarse el salario, para cuando deje su cargo, o, si la tiene, es con un salario muchísimo más bajo. Esto puede obligarle a hacer «lo que sea» para seguir en su puesto: dirá blanco, cuando antes decía negro; votará sí, aunque antes fuera no; etcétera, etcétera. Todo esto nos lleva, según mi criterio, a un grave problema que tiene la política actual: quiénes ingresan y cómo en los partidos políticos.
Estamos viendo, con el pequeño escándalo de los currículos falsos –pequeño si lo comparamos con otros–, que muchos, en vez de entrar en la vida política tras acabar su formación o desde un puesto de trabajo, lo hacen abandonando sus estudios o, lo que me parece peor, viendo en la política una buena salida profesional, lo cual les obliga, después, a tragar carros y carretas si quieren seguir viviendo del erario público. Y también a acatar sin rechistar las órdenes, a veces cambiantes, de sus jefes, aunque ello pueda redundar en perjuicio de sus votantes –esto, desgraciadamente, lo hemos visto alguna vez en el parlamento–. Es decir: acaban haciendo antipolítica.
Yo les diría que, para eso, hagan caso a Franco y no se metan en política.
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