El Halloween, como muchas otras costumbres americanas, se está imponiendo en España y no parece que tenga ya marcha atrás. Lejos quedan los tiempos en ... que se celebraba el día de las Ánimas: los niños vaciaban calabazas, las agujereaban para simular ojos y boca y, con una vela en su interior, salían en la anochecida –eran tiempos en que las calles estaban bastante oscuras– con la intención de asustar a los vecinos, aunque producían más jolgorio que susto. Ahora ha derivado en una fiesta temática de disfraces de terror, en la que caben zombis, momias, Drácula, Frankestein, hombres lobo y cualquier semejanza con las películas hollywoodianas del género.
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La juventud parece estar encantada con el cambio, quizá porque no ha conocido otra cosa ni les han hablado de las tradiciones españolas; las americanas están constantemente en el cine y la televisión y son adoptadas como propias con rapidez. Los mayores que vivieron la fiesta de las Ánimas se han acostumbrado, a la fuerza ahorcan, y ya ni siquiera protestan, salvo algún caso aislado. Uno de estos protestantes es un famoso escritor, de quien he leído un artículo al respecto, y, además de echar pestes, con cierta razón, porque se adopte una costumbre pagana y foránea, olvidando nuestra tradición cristiana, busca culpables del cambio. Y aquí está lo llamativo, ya que culpabiliza a los colegios. Este señalamiento educativo me sorprendió, al principio, pero, reflexionando, comprendí que tenía parte de razón, pues vemos frecuentemente, en esas fechas, a niños, disfrazados de seres terroríficos, camino de los colegios. Así, a temprana edad, asimilan, como si fuera una tradición propia de siglos, lo que no deja de ser una fiesta importada.
A estas alturas, no es que me preocupe lo más mínimo la adopción del Halloween como costumbre nuestra, pues llueve sobre mojado: Papá Noel, elfos, renos y otras tradiciones navideñas foráneas hace tiempo que están asumidas como propias, pero no deja de ser curioso y muy llamativo que sea, precisamente, dentro del sistema educativo desde donde se aliente el cambio de costumbres, decantándose por lo foráneo en vez de por lo nuestro. Que centros donde presumiblemente se estudia nuestra historia y, por ende, nuestras tradiciones, sean el germen de este cambio cultural resulta, cuando menos, asombroso, si no peregrino.
Ya supongo que se hace sin ninguna intención oscura, sino simplemente por entretener a los niños –tengo la sensación de que, cada vez más, los centros escolares son lugar de entretenimiento y guardería en vez de estudio sistemático, pero esa es otra historia–, aunque resulta muy sorprendente. Si es que el famoso escritor tenía razón.
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