Después de más de 30 años escribiendo artículos para periódicos, no sé si he aprendido a escribirlos, pero creo haber aprendido otras cosas relativas al ... oficio. Por ejemplo, que el hecho de no tener un tema relevante para desarrollarlo en 2.800 caracteres es una mala noticia para el articulista, pero una buena noticia para la humanidad, al ser indicio de que las aguas de la realidad común están más o menos calmadas. En cambio, el hecho de disponer de varios asuntos de relieve para ser glosados suele ser una señal de que las aguas de esa realidad común fluyen revueltas y enfangadas.
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Ante esa diversidad de opciones me encuentro hoy. Porque podría escribir sobre el presidente Mazón, que está ofreciendo el espectáculo de resistencia política más inexplicable de cuantos se recuerdan en los tiempos modernos, lo que no es decir poco, aferrado él al sillón con más ahínco con el que algunos de sus paisanos procuraron agarrarse angustiosamente a una reja para que la corriente no los arrastrase. Bien está que los políticos tengan apego a su cargo, y no creo que haya uno solo que no practique ese apego, pero llevarlo al grado de la irracionalidad resulta tal vez exagerado, en especial cuando el único que te reconoce legitimidad moral para ocupar el cargo eres tú mismo.
Podría escribir también sobre el presidente Sánchez, un habilidoso escapista agarrado igualmente a su sillón en nombre de la salvación espiritual y económica del país, que acaba de considerar una buena idea el convertir una comisión de investigación en el Senado en un programa de telebasura para ponerse al nivel de grosería de sus interrogadores, fomentando así el macarrismo institucional, que es tal vez lo que menos necesitan ahora mismo nuestras instituciones. Al hilo del escapista Sánchez, podría escribir sobre el escapado Puigdemont, que se ha transformado en una especie de rey loco en el exilio, añorante de su reino de singularidades étnicas, idiomáticas y tribales: su Cataluña entreverada de Shangri-La, con su templo sagrado en Montserrat y todo, en pugna él con España, su enemiga natural, con la que juega al trilerismo cada vez que le da la ventolera cesarista.
Y, a propósito de reyes en el exilio, ahí está el emérito, recién regresado a la patria ingrata y de actualidad en los ingratos noticieros por sus declaraciones ensalzadoras y exculpatorias no solo de su real persona, sino también de la de Franco, caudillo de moda entre un sector juvenil. Y, volviendo al gremio de los escapistas, incluso podría escribir sobre Jordi Pujol, que sigue esquivando la garra de la justicia y que muy probablemente se irá al paraíso de los justos sin dormir en una celda. Hay días, ya digo, en que resulta difícil elegir.
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