Dibujando cronopios

La soledad era eso

Hace unas semanas se publicó una noticia sobre un encuentro macabro y casi increíble: en Valencia hallaron el cuerpo momificado de un hombre que llevaba ... quince años muerto. Al parecer los vecinos avisaron porque se había filtrado agua desde una terraza y los bomberos tuvieron que entrar por la ventana para encontrar un piso lleno de suciedad y palomas, y en una habitación al fondo, el cuerpo olvidado de Antonio. Se llamaba Antonio Famoso, un hombre de 80 años separado y al parecer con dos hijos. Vivía solo en un edificio como hay miles en nuestras ciudades. Siete u ocho pisos con cuatro manos por planta, en el que viven, y muchas veces ni se conocen, varias decenas de personas. Nadie sabía nada de Antonio cuando los periodistas fueron a preguntar por él. Ya se sabe, suposiciones de que lo habían llevado a una residencia de personas mayores o que había vuelto a su pueblo con alguna hermana. Pero lo cierto es que Antonio había muerto hacía quince años. Es decir, que más o menos desde 2010 había permanecido su cadáver pared con pared con vecinos ajenos al drama de una muerte en silencio y sin noticia. Imaginé las cenas de Navidad en la mano tercera del piso cuarto, a un tabique de la muerte callada; las semanas de las fiestas de la Magdalena, los estruendos de las mascletás y los aviones pasando por encima del edificio y su cadáver abandonado. Pensé en la pandemia, entre calles vacías y miedos encerrados en casa mientras en aquella habitación susurraba el zureo de las palomas. Mientras el cadáver de Antonio permanecía solitario y olvidado.

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Cuando leí la noticia imaginé también las angustias anteriores de hombre solo e indiferente para todos: los días y las semanas y los meses vagando por los parques de su ciudad, por el supermercado donde apenas hablaba con la cajera y el encargado de la carnicería, viendo los grupos de aficionados que bajaban por la avenida desde el campo de fútbol municipal donde la alegría reventaba los ánimos y las canciones porque habían ganado, y la fiesta, y las voces y el caminar de Antonio hacia el silencio de su casa. No morimos solo con la muerte física sino cuando nos olvidan, pero si nadie nos echa de menos antes... ¿no estamos ya un poco muertos, desaparecidos, transparentes para el mundo que nos rodea como si fuéramos fantasmas o espectros o sueños con sabor de pesadilla?

Los gobiernos de países, Comunidades Autónomas y Ayuntamientos organizan desde hace tiempo campañas para mitigar en lo posible la soledad de unos y otras, programando actividades y poniendo a trabajadores sociales a la búsqueda de los solitarios involuntarios. Pero más cerca que las instituciones y sus parches están las personas que rodean a los solitarios extremos a los que vemos a nuestro lado con indiferencia. Los que sobreviven en un piso perdido en un edificio amontonado en una ciudad cualquiera. Donde murió Antonio, rodeado de soledad, tiempo sin historia y el zureo y la suciedad de las palomas. Y de personas que olvidaron que existía.

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