La muerte del arquitecto Frank Gehry a los 96 años ha despertado el homenaje global a un creador singular, inspirador de edificios que recorren la ... geografía internacional y que, entre nosotros, alumbró 'el milagro Bilbao' bajo la luz de titanio del Guggenheim, convirtiéndolo en un imán para visitantes nacionales y extranjeros con el mismo poder de atracción que el arte contemporáneo que se expone bajo su imponente silueta. Gehry dejó en España otras dos obras de distinto carácter y funcionalidad –la escultura El Pez de acero y metal en el Puerto Olímpico de Barcelona y la bodega Marqués de Riscal en Elciego–, aunque fue el museo bilbaíno, amparado por una marca artística de sonoridad mundial, el que provocó la feliz comunión entre el forjador de la obra, la ciudad que la acogía y los millones de ciudadanos que la han disfrutado desde 1997. La desaparición de Gehry y la remembranza de lo que significó su creatividad devuelven al primer plano cómo los proyectos arquitectónicos pueden revitalizar entornos urbanos y paisajes abiertos. Cómo pueden dar aldabonazos colectivos –los ejemplos menudean– aunque en ocasiones conlleven un riesgo y, en otras, desemboquen en fracasos.
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