Algunas casualidades diseccionan la realidad con la precisión de un bisturí: mientras en el tramo riojano de la 232 llevamos días contando muertos, en Zaragoza ... acaban de desdoblar por fin la sección provincial de esa misma carretera. No todos los accidentes se explican por la precariedad de nuestra red de comunicaciones, pero el abandono que sufrimos es el gran telón de fondo para esta comunidad en la que las infraestructuras son una batalla perdida. Aquí decir 232 es como decir 112, el número de emergencias; lo estamos comprobando ahora que los accidentes se suceden con una regularidad macabra, con un ritmo de metrónomo que ha vuelto a llenar este periódico de fotografías tristes y de esquelas prematuras. Lo peor es que después de los titulares queda el número parpadeando en la pantalla, una cifra que algún tipo suma minuciosamente en un Excel para luego, con un suspiro, levantarse y dar dos pasos hacia la pared donde pinta con rotulador otro círculo en el mapa. Así es la alquimia de la burocracia, que transforma el dolor en coordenada como si este drama pudiera archivarse para perder su capacidad de escándalo y de golpe fuera ya solo estadística, daño colateral, ruido de fondo.
En ruso existe una palabra muy curiosa que se usa para mostrar fatalismo. Es 'nichevo' (ничего), y podría traducirse como 'no hay nada que hacer, así son las cosas'. Es como estamos en La Rioja, porque la repetición de estas tragedias las está convirtiendo en rutina. Por eso cada accidente tiene que volver a recordarnos que en España conviven dos tipos de territorios: unos en los que se invierte porque hay votos en juego, y otros en los que nos cae algo de vez en cuando si sobra un poco de presupuesto. Es la 232, y es la 111, es un aeropuerto abandonado a su suerte por un Ministerio que insiste en alimentar ilusiones ferroviarias que no se hacen realidad y es el estado de la región, una Rioja cuya invisibilidad política se traduce en infraestructuras obsoletas que, además de frenar nuestro desarrollo, ofrecen otra derivada más terrible: se cobran vidas humanas.
Mi compañero Teri Sáenz dice que lo más complicado de escribir artículos de opinión es no repetirse, y yo siento que aquí estoy volviendo a un viejo lamento. Pero es que estamos como en las tragedias griegas: conocemos el destino y somos incapaces de alterarlo. Así que en esos tramos sinuosos y con cambio de rasante volveremos a rezar para que el que se acerca por el otro carril no reciba una llamada ni le dé por cambiar de emisora. Nadie debería jugarse la vida al ir a trabajar o llevar a los niños al colegio, pero esta es la ruleta rusa de miles de riojanos. El abandono institucional tiene consecuencias así; al final, la política de la dejación se cuenta en vidas humanas, en familias destrozadas, en flores en el arcén.
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