La gente chillaba frente al ayuntamiento de Nájera, una masa ciudadana noctámbula y chandalera que se mecía como en oleadas mientras abucheaba y vociferaba insultos ... a los concejales de la oposición que salían escoltados por la Guardia Civil en una especie de desfile alucinatorio.
Publicidad
Fue el desenlace inevitable de una tensión que se había ido acumulando en la Plaza de España, una agitación eléctrica, festiva y triste a la vez, que desde la media tarde respiraban los vecinos convocados por el Náxara: «Música y chocolate caliente nos ayudarán a soportar el frío. Ahora o nunca». Era una concentración con un motivo y con muchos, porque en Nájera como en tantos otros sitios el deporte está trenzado con la política y esa es una mezcla especialmente volátil. Además ya hemos comprobado muchas veces que el fútbol y su pasión son capaces de rasgar la superficie de las sociedades para que por ahí afloren otras cosas, un furor, un malestar, una emoción compartida que casi nunca espera ser entendida porque le basta con ser expresada. Lo dijo Sergio Ramos en un destello de lucidez en su carta de despedida de la Selección: «El fútbol nunca es solo fútbol».
Se ha escrito muchas veces pero hay que recordarlo: el fútbol no es un mero espectáculo deportivo, es una extensión de la identidad colectiva: el barrio, el pueblo, el país. Vázquez Montalbán escribió que durante décadas el Fútbol Club Barcelona fue para Cataluña «el ejército de un país desarmado» y esto es lo que ha sucedido en cierta forma con el Náxara: hay un campo impracticable y hay un pueblo que se queja, hay niños que no pueden pasarse el balón en mitad de un barrizal y hay una ciudad decaída y enfadada que ha transformado el fútbol en un puño alzado y en un lamento de rabia para que por un instante lo oiga toda la Comunidad.
Lo dijo Sergio Ramos en su carta de despedida de la Selección: «El fútbol nunca es solo fútbol»
Igual que el Motín de Esquilache no iba solo sobre el tamaño de las capas ni la Revolución del Té de Boston sobre el precio de las infusiones, aquí hay otro gran asunto bajo la punta de este iceberg que aflora a la superficie en la forma de los campos de la cantera. Lo que repiten las familias de socios y aficionados es que están hartas de palabras, de promesas que suenan desde hace décadas y que terminan en un cajón hasta que cuatro años después se las quita un poco el polvo para volver a sacarlas de paseo. A esto hay que sumarle una realidad incontestable: el declive sostenido de esta cabecera de comarca, una decadencia que es también emocional y que sienten los vecinos y vemos los forasteros con la mirada cansada del que observa una tragedia que se va desarrollando a cámara lenta: es un campo de fútbol que no llega y son los comercios cerrados, la pérdida de importancia, las mentiras de los políticos; para sentir esa pena no hace falta ser del Náxara.
¡Oferta especial!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión