Esta vez hubo pinchazo en la visita de la Ópera Nacional de Moldavia al escenario de Riojafórum, con un balance de aprobado justo y rompiendo una racha de las cinco o seis últimas visitas en las que pudimos disfrutar unas magníficas representaciones de Traviata, Norma, Butterfly, Turandot, etc. Lógicamente en un espectáculo tan complejo como es la ópera, siempre hay cosas a destacar, bien logradas, y otras bastante menos. Carmen es una de las dos o tres óperas más famosas de todos los públicos, con unas grandes exigencias artísticas y materiales que la hacen difícil y cara de montar, dicho sea en su descargo.
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La mezzo ucraniana Tatiana Spasskaya arrancó con fuerza y garbo, luciendo una voz grande y oscura en los graves, con agudos seguros y vistosos y un centro de voz algo más pequeño, además tiene buenas cualidades teatrales y gracia moviendo el cuerpo, que es imprescindible en este papel. Vocalmente fue de más a menos, pero en términos globales consiguió una Carmen creíble y atractiva. El tenor egipcio Ragaa Eldin posee una preciosa voz lírica, de timbre broncíneo y brillo refulgente, aunque denota lagunas en su preparación técnica y de línea de canto y el papel de Don José no perdona, pues debe evolucionar desde lo puramente lírico del 1º y 2º acto hasta el dramatismo extremo de lo tremenda escena final. Cantó muy bien la esperada aria de la flor, su momento estelar, pero se le vio apurado en el tenso final del 3er acto y algo justo en el dúo final.
Lo dije en la charla introductoria previa a la función: Micaela es un rol muy agradecido con solo dos intervenciones importantes pero de gran belleza y lucimiento, así que con poco esfuerzo puede arrancar las mayores ovaciones de la noche ¡y así fue! La soprano madrileña Verónica Tello, una vocación lírica tardía, nos encandiló en sus apariciones en escena y muy especialmente en su aria del 3er acto que cantó con estilo depurado, lirismo desbordante y bonito fraseo. Escamillo es un papel para barítono-bajo con fuertes exigencias en los dos extremos: graves rotundos y vigorosos agudos. Iurie Maimescu es más bien un bajo-bajo, que nos maravilló anteriormente como Oroveso en Norma o Zaccaria en Nabucco, pero esta vez penó algo en los agudos -incluyendo un gallo- aunque solventó notablemente su papel.
En los papeles comprimarios, destacó el bajo Andrea Vittorio del Campo como teniente Zúñiga, con una voz espectacular, y a menor nivel los dos contrabandistas Dancairo y Remendado así como las dos gitanas Frasquita y Mercedes (estos cuatro últimos junto con Carmen redondearon con esmero el precioso quinteto del 2º acto). El escuálido coro, que no llegaba a la veintena de voces, acusó mucho esta vez la escasez de efectivos y sobre todo la sección femenina anduvo justita en la pelea de cigarreras. La orquesta cumplidora y desequilibrada, como suele ser habitual, con preponderancia de los metales, y su director Nicolae Dohotaru como una apisonadora, sin el menor matiz en una obra con orquestación tan brillante y colorida. Lleno espectacular en Riojafórum, mucha gente joven y ambiente festivo, pero, lo dicho, aprobado justo.
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