Viaje a Ucrania con los pelos de punta
Ezcaray. Los riojanos Rodrigo García y Antonio González traen a España a siete refugiados después de recorrer 6.000 kilómetros en furgoneta
Rodrigo García regenta un coqueto colmado en el centro de Ezcaray. Pese a la distancia, Ezcaray y Ucrania están más unidos de lo que parece. Varios camioneros ucranianos, confundidos por el GPS, se han perdido por las carreteras de la Sierra de la Demanda en busca de una gasolinera que no existe y un compatriota, vecino de la localidad, ha ayudado a maniobrar para extraer los vehículos de los angostos caminos en los que se quedaban atrapados. Tal es así que ahora, en la carretera, las señales de advertencia están escritas en español y ucraniano.
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Sucede que, cuando estalló la guerra en Ucrania, Rodrigo, desde su pequeña tienda Palasaca de la calle Mercedes de Mateo, pensó en ayudar de alguna manera. Empezó recogiendo en su comercio material para donar, como ropa y alimentos, y después se animó a llevarlos él mismo al otro lado de Europa. «Como he viajado mucho y viví un año en Polonia, decidí ir en coche porque, además, mi padre tiene amigos en Kiev por negocios de hace años», explica Rodrigo. Su padre, de 73 años, le prestó la furgoneta de su empresa, Tableros Garfer, y encontró un copiloto en su amigo logroñés Antonio González.
Juntos partieron, con el vehículo lleno, el pasado martes 8 de marzo. Recorrieron por carretera Francia, Alemania, Chequia y Polonia, hasta llegar a Przemysl, en la frontera con Ucrania. En total, 3.000 kilómetros solo de ida en tres días. Claro que, una vez allí, solo habían cumplido con una parte de la misión, tras donar todo el material reunido y transportado. Debían volver y no querían hacerlo solos.
«Indicamos con carteles lo que ofrecíamos, el transporte y el destino. Tras varias horas, conseguimos llenar la furgoneta con gente que tenía dónde quedarse en España. Logramos traer a siete personas (tres mujeres y cuatro niños)», cuenta Rodrigo. De ese grupo de refugiados, cinco se apearon en Galdácano, viajando después parte de ellos en tren a Madrid, y los otros dos fueron hasta Logroño con ellos. La llegada, después de otros 3.000 kilómetros de camino de regreso, se produjo el pasado sábado.
«Conseguimos llenar la furgoneta con gente que tenía dónde quedarse en España», dice Rodrigo
«Lo quiero contar para animar a la gente a colaborar de la manera que buenamente pueda. Yo podía ayudar de esta manera porque me parece complicado acoger a alguien en casa», confiesa Rodrigo, convaleciente ahora el COVID-19 que también se ha traído del viaje. De la aventura vivida asume la frialdad de los ucranianos, entendiendo la situación. «Algunos dudaron en montarse con nosotros, pero les generamos confianza», reconoce.
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Pequeños gestos
Por otra parte, de camino a casa, destaca pequeños gestos, ayudas voluntarias que le ponen los pelos de punta al recordarlos, como una mujer que en un semáforo en Polonia les regaló unos bombones, una chica que les dio una tarjeta prepago con 20 euros para combustible en una gasolinera alemana o el dueño de una pizzería donde cenaron todos juntos y que solo quiso cobrar la mitad de lo consumido. «Todo el mundo está por ayudar», subraya Rodrigo.
En medio de esa oleada de solidaridad, en la que unos amigos de Leiva ya piensan en hacer algo parecido, y en la que mediante donaciones de familiares y clientes Rodrigo y Antonio consiguieron sufragar el 70% de los gastos del viaje, el primero pone una pega: «Antes de partir contactamos con ACNUR, Cruz Roja, Gobierno de La Rioja, Delegación del Gobierno… y al no obtener contestación de ninguno, decidimos emprender el viaje por nuestra cuenta porque no merecía la pena perder más tiempo. La burocracia siempre llega tarde, la Administración creo que debe ponerse las pilas».
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Y es que, considera Rodrigo, el conflicto va para largo. «Va a ser una maratón de ayuda lo que va a hacer falta», piensa.
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