Leandro Serrano posa en Anguiano, donde vive ahora en la Residencia Sánchez Torres. JUSTO RODRÍGUEZ
Leandro Serrano Izquierdo | Pastor de 86 años residente en Anguiano

«La trashumancia es una tradición que aprendí de mi padre»

A los 15 años se estrenó en una ruta que marcaría su vida, un invierno tras otro, de su finca en Burgos al sur; no se retiró hasta los 81 años

Diana Jiménez

Lunes, 4 de septiembre 2023, 07:35

Han pasado cinco años y seis meses desde que ya no está con sus rebaños, aquellos con los que cada año iba en busca de ... los mejores pastos y climas. Una tradición familiar heredada de su padre, Antonio Serrano, que le llevaba a desplazarse a diferentes comunidades autónomas con 800 ovejas y 40 yeguas para regresar a su tierra con el doble de animales.

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Leandro Serrano Izquierdo nació en Burgos hace 86 años. Es el penúltimo de ocho hermanos: Antonia, Guadalupe, María, Fortunato, Francisca, Caita y Carmelo. Detrás de él hay una gran historia de antaño que guarda en su memoria todavía y que quiere compartir desde su domicilio actual, en la Residencia Fundación Sánchez Torres en Anguiano. Llega a la sala principal del centro apoyado en uno de los cinco bastones que ha atesorado en los últimos años y ataviado con una colorida camisa. Saluda, toma asiento y asiente con la cabeza, tras destacar que «el café aquí es una maravilla». El reloj de pulsera de Leandro marca las 11.11 de la mañana cuando empieza a desenterrar recuerdos.

La trashumancia se describe caminando. Actualmente es un concepto del cual muchos huyen, un viaje de ida y vuelta de meses que se remonta a tiempos casi prehistóricos. Leandro se inició en 1951, al cumplir los 15 años. Desde entonces supo que tenía una cita anual. Su primer viaje fue de Burgos a Cáceres con 800 ovejas, 40 yeguas y dos pastores amigos. «Cada día caminábamos 60 kilómetros, las ovejas comían muy bien y se tumbaban», cuenta riendo. Sumergirse en aquellas cañadas fue perderse por los vientos y la vegetación de los cerros durante 66 años. «Un estilo de vida cómodo», asegura, para rememorar que con su padre cargaban con un sinfín de fiambres.

«He recorrido toda Extremadura. Mi madre lloraba cada vez que nos veía partir de casa»

«Será por eso que estoy soltero, porque me dediqué en alma a este oficio»

«La melodía de los vientos rodeaban a los animales, descansaban dos horas por día», explica, para mostrar su pena ante un presente en el que muchos ganaderos han dejado de lado la trashumancia. Él admite que iba muy contento porque sabía que «tenía comida asegurada».

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La tradición del domingo de Rosario marcaba el día de salida. «Era una costumbre que nos llevaba 28 días de camino. Cáceres fue uno de los destinos de trashumancia», explica y detalla que su padre vendía cada borrego a 8.000 pesetas (48 euros).

Siete meses fuera

Así, cada día, Leandro y su padre, Antonio, podían ver durante siete meses la luz de la mañana que alumbraba al monte. «Disfrutaba quedarme tantos meses en una finca, lo que más me gustaba era ver a los borregos en una hierba muy fina», cuenta gesticulando e ilusionado al recordar su niñez. «He recorrido toda Extremadura, mi madre (Lucía) lloraba cada vez que nos veía partir de casa, ella con la lana de oveja arreglaba la casa», suspira, para reivindicar que el trabajo de campo es para valientes.

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Se acomoda el sombrero y relata que cuando retornaba a su hogar en Burgos regresaba con dos variedades de churras y merinas. «Cuando nos sentábamos en pequeñas ferias ganaderas de pueblo se acercaba la gente rica 'ricachona'», señala con una pícara sonrisa.

«La trashumancia es una tradición que aprendí de mi padre, la amé y hace cinco años, por falta de fuerzas, tuve que dejarla. Vendí mi rebaño y mi pequeña finca», explica para, a continuación, admitir que extraña «andar con mis animales y recorrer miles de kilómetros». Con la mano en el corazón advierte con firmeza: «En este oficio se necesita gente preparada y hábil, que recorra España a pie», aclara, mientras uno de los altavoces de la residencia lanza un aviso: «Buen día, señores residentes, son las 12 del mediodía y es hora de leer el periódico».

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Leandro llegó hace 5 años al centro de mayores de Anguiano. «La tarta de ciruelas es la mejor y me siento muy cómodo porque me dejan ver la televisión», aclara con sus ojos destelleantes antes de proseguir con su discurso.

Aferra con más fuerza el bastón al afirmar que a la juventud no le interesa el pastoreo. «Será por eso que estoy soltero, porque me dediqué en cuerpo y alma a este oficio». Aunque hay momentos que lamenta no haber podido formar una familia, también se reafirma en su modo de vida: «Solo y tranquilo».

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