El sexo de los ángeles
CRÓNICAS VENENOSAS ·
«El nacionalismo es la guerra. Y la guerra no es solo el pasado, puede ser también nuestro futuro» (François Mitterrand)Resulta enternecedor el empeño que tenemos en España de reducirlo todo a un eterno combate cósmico entre la derecha y la izquierda, como si estas ... fueran categorías inmutables, de una consistencia marmórea, que aparecieron con las primeras nubes de hidrógeno tras el Big Bang y que durarán hasta que el universo implosione o Putin apriete ese botoncito rojo tan inquietante que tiene en la mesilla de noche, justo encima del orinal. Para casi todos los políticos y el 95% de los tuiteros, cualquier acontecimiento pasado o futuro puede interpretarse en términos de izquierda o derecha, lo que depara escenas de enorme comicidad, como cuando alguien mete a los nacionalismos cavernarios –PNV y Junts incluidos– en el bando de los «partidos progresistas». Esa gente no ha leído a Rosa Luxemburgo, con la cantidad de frases suyas que hay ahora estampadas en camisetas. Ahí les va una: «El famoso 'derecho de autodeterminación de las naciones' no es más que hueca fraseología pequeñoburguesa y una farsa». Si doña Rosa, autora clásica del marxismo, viviese hoy en España y se le ocurriera escribir eso en Twitter la iban a poner de facha para arriba.
Como afirmó el politólogo italiano Noberto Bobbio, «derecha e izquierda» sigue siendo un eje válido para explicar la acción política, pero no el único y a veces no el más importante. Cuando oímos a Feijóo defender una bajada de impuestos para reactivar la economía y escuchamos a Sánchez advertirnos de que los impuestos son necesarios para sostener el estado del bienestar, nos encontramos ante una divergencia que nos resulta confortable porque encaja como un guante en nuestro esquema izquierda-derecha. Podemos preferir una receta u otra, pero en este caso el PP dice cosas de derechas y el PSOE dice cosas de izquierdas. Para la izquierda verdadera –dice Bobbio–, la lucha por la igualdad debería ser siempre su estrella polar. A la derecha clásica, el intervencionismo estatal le da mucho repelús. El problema no es que ambos conceptos espaciales sean metáforas escurridizas, sino que políticos, periodistas y tuiteros chapoteamos en los adjetivos como los cerditos en los purines de las macrogranjas y los llenamos hasta arriba de cochambre.
La realidad, sin embargo, cambia mucho más velozmente que nuestros marcos mentales. A la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas han llegado Macron y Le Pen. Para Feijóo, Macron es uno de los suyos y para la ministra portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, también. En cierto modo, ambos tienen razón. Es Emmanuel Macron un tipo que surgió del ala más blanda del socialismo francés y que montó un partido casi unipersonal, liberal, europeísta y atlantista. Además, los dos equivalentes franceses del PP y del PSOE se han hundido estrepitosamente y eso duele, así que populares y socialistas andan como locos tratando de arrimarse al vencedor. Es esta una emoción muy humana, aunque un poco triste: ¿Anne Hidalgo? ¿Valérie Pécresse? ¿De quiénes nos habla usted? ¡Nosotros somos todos de Macron!
¿Cómo es posible, sin embargo, que, según algunos sondeos, uno de cada cuatro electores de Mélenchon (la izquierda más izquierda) esté pensando en votar a Le Pen en la segunda vuelta? Si aplicamos el viejo marco izquierda-derecha, eso sería impensable. Sin embargo, hay otro eje que se sobrepone al anterior y que está cobrando cada vez más fuerza entre los electores: a los seguidores de Mélenchon y a los de Le Pen les une su rechazo frontal a la idea de integración europea, su hostilidad a la OTAN, su pretensión de recuperar soberanía, su temor a la pobreza, su enfado por los precios de los combustibles y el miedo al futuro.
Regresa el nacionalismo, esa peste bubónica que nunca acabó de irse. En España se ha entablado ahora una discusión teológica de gran altura sobre si Putin es en realidad de izquierdas o de derechas. Antes de ofrecer nuestro dictamen sobre el sexo de este angelito, echemos un vistazo a quienes le bailan el agua. Ahí tenemos una simpática y colorista tropilla formada por Lukashenko, Orban, Le Pen, Salvini, Bolsonaro, Maduro, Ortega, López Obrador, Trump. No vale fijarse en unos y hacer la vista gorda con otros. Me temo que a Putin esas delicadezas ideológicas nuestras le traen sin cuidado; basta con leer sus discursos para comprobar que estamos ante un ultranacionalista de ambiciones imperiales, sin escrúpulos democráticos. Ni la redistribución de la riqueza ni la libertad política o económica le importan un bledo. Así que por encima de nuestro querido y tranquilizador eje izquierda-derecha se va dibujando otro: la democracia liberal que asume la globalización y va sorteando los problemas como buenamente puede contra la autocracia iliberal –gritona y simplista– que recupera las fronteras y pretende resolver todos nuestros problemas con golpes de pecho y ardientes proclamas patrióticas.
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