José Manuel Vallejo posa en el Hospital San Pedro, donde está ingresada su mujer por episodios de ansiedad. JUAN MARÍN

«Después del desahucio no veo otra alternativa que la calle»

En julio, José Manuel y su familia fueron desalojados por no pagar el alquiler. Siguen sin encontrar una opción de alojamiento

A. F. A.

Domingo, 17 de agosto 2025

Con 61 años, una mujer de 49 y un hijo de 16, José Manuel Vallejo se acaba de quedar sin hogar. El 25 de julio, ... una orden judicial de desahucio por impago les sacó de su piso de alquiler. El Ayuntamiento de Logroño les ofreció para los primeros días una habitación en una pensión y una ayuda para buscar piso de 900 euros. Una ayuda temporal que por «las malas condiciones y falta de ventilación» ha provocado fuertes ataques de ansiedad a su mujer, asmática, y no les ha dado para encontrar un nuevo piso. «Con este dinero no pagas ni la fianza. ¿De dónde saco el resto? Después del desahucio no tenemos otra alternativa que la calle. Si hace falta yo duermo en un coche, mi mujer enferma no puede, ahora mismo está ingresada en el hospital», relata con desesperación.

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Es consciente de las consecuencias futuras que puede tener exponer su rostro y su nombre para este reportaje, pero confía en que merecerá la pena. «No me avergüenza dar la cara, quiero sacar a la luz la situación de todas las familias a las que nos han dejado de lado», reivindica José Manuel.

Su historia queda lejos de la de las personas que viven en condición de sinhogarismo durante años, pero ilustra cómo la exclusión social puede tocar cualquier puerta.

«No me avergüenza dar la cara, quiero sacar a la luz la situación de todas las familias a las que nos han dejado de lado»

Hasta la crisis de 2008, José Manuel fue carpintero, oficio que había heredado de su padre. «En los años noventa y dos mil había mucho curro relacionado con la construcción en La Rioja». Con el desplome del 'boom' inmobiliario entró en una zozobra de la que no descansa.

«Perdí mi trabajo, tuve que dedicarme a la chatarra, no teníamos nada. Tras varios años conseguí alquilar un piso en Logroño gracias a que me lo dejaron por 300 euros». Una etapa gris en la que ya se vio obligado a pedir en algunas organizaciones. «Durante esos años terminé por caer en la mala vida», reconoce.

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Fue gracias a Cáritas que José Manuel y su familia lograron recuperar cierta estabilidad. Con asma, insuficiencia renal y otras dolencias, su mujer está inhabilitada para trabajar, pero él ha hecho lo posible por salir adelante. «He estado de limpiador en el parking del Berceo, en la residencia de ancianos El Sol y otros lugares. Con estos empleos esporádicos y el subsidio hemos sobrevivido hasta ahora, pero nos subieron el precio de nuestro último piso de seiscientos a setecientos euros, y ya no llegamos», explica orgulloso de haberlo intentado todo como padre de familia.

En septiembre, su hijo empieza Bachillerato con excelentes notas. Por el momento vivirá con su hermanastra mayor, espera entrar en el conservatorio de piano y terminar el instituto con los mejores resultados posibles. Son los padres los que se quedan fuera de la ecuación: «Ellos vivirán en un espacio muy pequeño con otros dos hijos y varios animales. Mi mujer no puede ni entrar por su asma de difícil control, necesita un piso acondicionado. Hasta tres veces han mandado los servicios sociales al juez el informe de vulnerabilidad de su enfermedad. Sin respuesta».

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José Manuel habla con cariño y emoción sobre las personas que le han ayudado desde que comenzó el proceso del desahucio. «Mi asistente social se ha portado fenomenal, y los de Cáritas no me han soltado la mano. Se están volcando todo lo que pueden para no dejarnos en la calle».

Lo que no comprende es la «negligencia» de las instituciones. «En la Constitución está escrito que la vivienda es un derecho fundamental, no me pueden echar ni dar la patada», denuncia, advirtiendo de que ha probado todas las opciones existentes sin éxito. «El IRVI nos dice que hay dos mil personas en lista de espera para la vivienda social y fuera de este recurso es imposible encontrar alquileres de menos de seiscientos euros. Estoy dispuesto a lo que haga falta para no dejar a mi familia sin hogar, como irme a un pueblo, pero ni siquiera fuera de Logroño nos lo podemos permitir».

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«No quiero que se quede ningún espacio de vivienda sin utilizar. Más personas que estamos en mi situación podemos colaborar para arreglar las cosas»

Incluso propone poner al servicio de la reconstrucción de propiedades públicas sus habilidades de ebanista: «No quiero que se quede ningún espacio de vivienda sin utilizar. Más personas que estamos en mi situación podemos colaborar para arreglar las cosas».

La única esperanza que le queda es que una ONG le pueda ofrecer un alojamiento, por eso quiere recordar la importancia de las donaciones, de los voluntarios. Mientras, aprovecha para lanzar una pregunta directa a los riojanos: «¿Qué hacemos? ¿Delinquir? Yo quiero seguir el camino correcto. Nunca llamamos a una puerta si no lo necesitamos. Nadie se queda en la calle por gusto. Hasta le pedí perdón a mi casero cuando nos desahuciaron».

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