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Interior de una de las cuevas de Ortigosa.. Sonia Tercero
Desazón ortigosana

Desazón ortigosana

Atrás quedaron los tiempos en los que la escuela estaba atestada de niños o la lucha encarnizada entre domingueros y provincianos para llegar primero al refugio de El Robledillo

MARÍA MALO

Lunes, 18 de febrero 2019, 22:09

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Cualquier tiempo pasado fue mejor. Parafraseando al gran Jorge Manrique en las 'Coplas a la Muerte de su Padre', no cabe duda de que podría aplicarse también esta máxima al momento actual que sufre el pueblo de Ortigosa.

Atrás quedaron los tiempos en los que la escuela estaba atestada de niños (propios y ajenos a la localidad camerana) entre los que disputar un partido en el frontón era un símbolo de poder para la chavalería. O la lucha encarnizada entre domingueros y provincianos para llegar primero al refugio de El Robledillo (muy cómodo para disfrutar en familia tanto en verano como en invierno con la nieve).

Quizás la culpa sea, en parte, del ortigosano, peculiar en sus actuaciones, torpe en la toma de algunas decisiones de calado para el futuro del pueblo. Como lo fue cuando permitió que se construyera un pantano cuyas aguas arrasaron el barrio de Los Molinos, lo que significó el fin de la potente industria textil del pueblo, la renuncia a las mejores tierras de cultivo y, también, en gran parte, a las cuevas de Ortigosa, que se encontraban en la zona que se usó como cantera para la construcción de la presa.

Las grutas de estalactitas y estalagmitas, símbolo inconfundible de la localidad camerana, fueron descubiertas en el siglo XIX. Incluso un espeleólogo francés, Louis Lartet, visitó la cueva de la Viña en 1866.

Años más tarde, con el inicio de las obras del pantano, éstas se dieron por perdidas. No fue hasta casi un siglo después, en el año 1964 cuando, fruto de la inquietud de tres adolescentes ortigosanos -Rafael Fernández, Ignacio Martínez y Enrique Sáez- se encontró por casualidad la gruta de la Paz. Unas semanas más tarde, ante la sospecha de que la zona era pródiga en estas peculiares formaciones geológicas, se redescubrió la gruta de la Viña. Para sorpresa de propios y extraños, una parte de la cavidad logró sobrevivir a la dinamita y a las voladuras a las que fue sometida la zona.

Con una población envejecida, mermada tanto por la falta de nacimientos como por el éxodo rural, la situación que atraviesa Ortigosa es desgarradora. Una mención aparte merecen los valientes del pueblo que continúan en la localidad: habitantes y empresarios que se enfrentan de manera asidua a continuos cortes de luz y, como consecuencia de estos, de cobertura de telefonía móvil. Sobreviven también al aislamiento tecnológico que supone no disponer de fibra óptica en pleno año 2019. Por todo ello, precisamente, quizás la salvación de Ortigosa pase en el momento actual por su explotación turística. Sacar partido a ese entorno natural que tanto ha asustado al paisano que decidió emigrar a la ciudad, y que es capaz de enamorar al visitante: las montañas, las cuevas y el pantano.

Si bien es cierto que se ha recibido una inversión en los últimos tiempos de decenas de miles de euros -existen cifras muy dispares al respecto- en la restauración de las grutas, también lo es que no existe en la práctica empeño alguno en publicitarlas.

Quizás sea hora de plantear a los mandatarios riojanos, ocupe el Palacete quien lo ocupe, que La Rioja es mucho más que vino, cuna del castellano y dinosaurios. Ortigosa también existe, la Sierra también importa. Y su obligación es mimarla, ya que dejarla morir es un lujo que La Rioja no se puede permitir.

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