La portada del libro 'Ventanas de Manhattan'. L.R.

No me gusta el viento

Gacetilla de un tipo confinado (V) ·

El viento en Nueva York «baja en línea recta por Broadway y Columbus Avenue». En mi casa penetra por la cocina y se agita en el recibidor

Sábado, 21 de marzo 2020, 10:41

No me gusta el viento. Me aturde. Me incomoda y hasta me marea. Ayer hizo un viento raro, racheado, traicionero. Paraba unos minutos y después volvía a la carga con el ímpetu de las malas noticias cotidianas. Como escribe Antonio Muñoz Molina en 'Ventanas de Manhattan', un viento tan afilado como las esquinas de los rascacielos de Nueva York. He de confesar que a mí ni me rozó. No salí de casa, pero percibía su incontenible aliento cuando rebotaba contra las ventanas y al orear las habitaciones –las puse patas arriba– comenzaron las corrientes y los portazos.

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El viento en Nueva York «baja en línea recta por Broadway y Amsterdam y Columbus Avenue». En mi casa penetra por la cocina, se agita en el recibidor, que lo sacude y lo empuja con furia hasta la habitación del mayor. No llegué a cerrar la puerta y evitar el estruendo por milímetros, pero vi levantarse a uno de mis hijos, que como cuenta Molina del pianista Thelonius Monk, caminaba de madrugada «enorme, lento, con ese principio de mareo y oscilación que había siempre en sus gestos». Musitó algo y se metió de nuevo a la cama. No Thelonius Monk, el pequeño, que como tantos chavales, asiste a este extraño nuevo mundo clandestino de las cuatro paredes de las casas convertidas en bastiones inexpugnables para los cuerpos y verdaderas cárceles para su libertad perdida.

Al escritor jienense, en el Lower East Side, las vidas de las personas «que nunca conocí y que no tienen nada que ver conmigo» se le volvían tan próximas como si fueran «las de los parientes gradualmente borrosos en el tiempo que forman mi genealogía». Algo parecido me sucede estos días con las estadísticas de los que van muriendo con un frenesí inusitado de curvas e informes. España, Italia, China, Corea..., geografías tan cercanas y tan lejanos como Nueva York, una ciudad en la que caben «todos los mundos posibles y todos los ruidos». E imagino que más temprano que tarde, todos los silencios, como en Logroño, como en todas las ciudades y pueblos de Europa, un continente sin ruidos, atrapado en las conversaciones lejanas y en un solitario rumor de los pocos coches «que avanzan como galeones sobre el río Hudson».

Ayer hizo un viento raro. Paraba unos minutos y después volvía a la carga con el ímpetu de las malas noticias

Al igual que Antonio Muñoz Molina, «después de cada ausencia voy en busca de alguna librería». No en Manhattan, las de Logroño, donde nunca hace viento e impera un caótico orden de portadas y lomos que tanto amamos.

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