Cárceles para Picasso y Oscar Wilde
Gacetilla de un tipo confinado (XXVI) ·
Volví a salir. No tenía drones a mano y me armé de guantes y mascarilla a la búsqueda de una barra de pan sobadoLogroño había amanecido entre pálido y demudado. La lluvia de la tarde apenas fue un disimulo de lluvia. Volví a salir. No tenía drones a mano y me armé de guantes y mascarilla a la búsqueda de una barra de pan sobado. Ni demasiado estrecha ni de ampulosa miga. Ni cocida en extremo ni cruda. Me aturdió otra vez el silencio aplastante de las calles, un silencio que transité con mis acostumbrados pies de barro y que mitigué con la función aleatoria del teléfono. Apareció 'The touch of your lips', de Chet Baker y sonreí unos minutos.
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A menos de cien metros de mi portal londinense descubrí que una de las calles más impersonales de Logroño está consagrada a Pablo Picasso. ¡Habré pasado mil veces! Es una callejuela insignificante y aleatoria como la función musical de mi móvil. Cuatro bancos, un murete de ladrillo colorado, la insulsa valla metálica de un colegio, unos árboles que entrelazan sus copas semidesnudas y el pintor malagueño en una ínsula recóndita.
Una auténtica declaración de amor por el arte. Me acordé de Oscar Wilde y 'De profundis', porque el amor se tiene que alimentar con la imaginación, «gracias a la cual nuestra razón sobrepasa nuestra sabiduría, nuestra bondad, nuestro sentimiento, nuestra nobleza y nuestra propia existencia».
Picasso confinado en un callejón sin pena ni gloria de la ciudad y Óscar Wilde, preso para siempre en la cárcel de Reading por sodomita. En una celda compuso una de las epístolas más radicales y hermosas, quizás como la voz solitaria y frágil de Chet Baker ya desdentado, que a su forma también era un dandi, aun cuando le rompieran los piños por sus deudas de opiáceos.
Al igual que Óscar Wilde, me he dado cuenta en estos paseos solitarios de que puedo ser completamente feliz a solas conmigo mismo. Wilde amó a un hombre, a su querido Bossie, Lord Alfred Douglas y el padre de su amante, el marqués de Queensberry, denunció su depravación para mandarlo a la cárcel. «Has de leer esta carta desde la primera hasta la última letra, aunque cada palabra te penetre como si fuese fuego, o como el bisturí del cirujano. Es preciso que con ella la carne delicada sangre o se abrase».
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No regresé por Pablo Picasso. Volví a emular a Wilde y me dije que toda obra de arte es la realización de una profecía. Por eso dudo que vuelva a pasar por esa callejita sin escuchar en mis cascos 'The touch of your lips', como dudo que Wilde no creyera una por una en todas las palabras de lo que escribió en una de sus últimas frases dirigida a su amado Bossie: «A pesar de tu conducta hacia mí, siempre he sentido que en el fondo me amabas».
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