Sueldo, del verbo soldar
Esta fase de ascenso del sector cadete masculino que ha jugado el Calasancio ha sido la culminación del trabajo de muchísima gente anónima durante años y años
Eloy Madorrán
Lunes, 25 de mayo 2015, 20:23
Menudo subidón. Este fin de semana he vivido el sector cadete masculino que se ha disputado en Escolapios (Logroño). No soy parcial, ya lo saben. Todo lo que tenga que ver con el Calasancio lo veo con buenos ojos. Es mi club, soy amarillo. Allí empecé de pequeño a jugar a balonmano y allí terminé. Ininterrumpidamente. Sin cambiar de club. Y eso marca mucho.
El nivel deportivo ha sido bárbaro. El equipo cadete del Calasancio es la generación más completa que se recuerda. Y compitió muy bien. Ganó al primer clasificado de la Liga Vasca, Zarautz; y al primero de la Aragonesa, Dominicos. El sector lo ganó con claridad Granollers. Un auténtico equipazo el catalán que apunta directamente a Campeón de España.
Pero mis reflexiones ponen la lupa en el Calasancio como club organizador. Me gusta ver a padres y madres implicados vendiendo bocadillos de chistorra, zumos y camisetas amarillas. Me gusta que las esquinas del campo estén ocupadas por jugadores de las categorías inferiores esperando su oportunidad para pasar la mopa y arrancar unos aplausos. Disfruto coincidiendo en la grada (en las míticas butacas verdes) con Toño, Francis, Michi, Pedro Mari, Pablo Gimeno, Julián, Iván, Nacho, Alberto y demás excompañeros que seguimos viviendo con el veneno del balonmano inoculado. Y me ha encantado la seriedad con la que ha competido el equipo cadete. Bravo por Nacho y sus chicos.
Disfruto con la pasión de Ernesto sufriendo en su triple papel de director-padre de jugador-aficionado. Y admiro las ganas de Goñi, siempre ahí, siempre atento a cualquier cosa que puedan necesitar los árbitros, el delegado federativo, un patrocinador o cualquier padre. Y me emocioné con la afición del Calasancio dando un ejemplo de deportividad y buen rollo, demostrando que se puede animar a tu equipo sin meterse con el adversario. Y a la misma altura estuvieron las de Granollers, Dominicos y Zarautz.
Esta fase de ascenso ha sido la culminación del trabajo de muchísima gente anónima durante años y años. Y lo que me enamora del Calasancio, lo que hace que no lo cambie por ningún otro club, es que nadie cobra, ni los entrenadores de arriba ni los de abajo. Está en su ADN. Todo el mundo pone de su parte y de su tiempo y de su dinero para lograr este milagro. En los tiempos que corren, pervertidos por el dinero y donde todos tenemos un premio, el Calasancio supone una mirada romántica del deporte, otra forma de entender la vida.
Para cualquier entrenador, jugador o directivo del Calasancio la palabra 'Sueldo', solo es la primera persona del singular del verbo soldar. Y si es necesario, yo sueldo con ellos.