Relato

El río

Ana María Matute

Sábado, 26 de julio 2025, 08:16

Después de once años, he vuelto a Mansilla de la Sierra, el paisaje de mi niñez. El pantano ha cubierto ya el viejo pueblo, y ... un grupo de casas blancas, demasiado nuevas y como asombradas, resplandecen en el verdor húmedo de otoño.

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Después de tanto tiempo, regresar al antiguo paisaje remueve y reaviva las imágenes borrosas, al parecer olvidadas, que saltan ante nosotros con un extraño significado actual y, a veces, patético. Pero todo está ahogado, viviente y ahogado a un tiempo, bajo esa capa de cristal verde oscuro, que me impide el paso hacia la vertiente de los bosques de Aranguecia, Ombrihuelas, allí donde tanto amé las hayas, los robles. El agua cubre lo que fueron vegas hermosas y dulces, bordeadas de álamos y chopos. Allí enfrente, al otro lado del pantano, están los árboles, las hojas que nos vieron niños, adolescentes. El agua lo cubre todo: el fantasma de la casa, los muros de piedra, el prado, la huerta, la chopera... Cuántos nombres, cuántas carreras de niño, ya mudos.

Cualquier niño hubiera pintado la casa: era cuadrada, simple, con ventanas simétricas y un largo balcón de hierro que cruzaba de lado a lado la fachada. Pero nadie sabrá de ella sin haber sido niño dentro, cerca de sus muros o sus árboles; nadie sabrá de ella sin haber corrido con diez años sobre la hierba de su prado; nadie que no haya caído, rendido y sudoroso, a la sombra de sus grandes nogales. Nadie sabrá de ella si no se ocultó alguna vez entre las varas de la huerta, o en la chopera, si no trepó, a escondidas, a las ramas más altas del cerezo, en busca del fruto aún ácido.

Y el río, ¿cómo ha desaparecido de forma tan extraña? Yo recuerdo el río, limitando el prado, con sus anchas losas cubiertas de liquen y de musgo; los juncos tiernos, las flores blancas, moradas y amarillas, las pequeñas «matas del jabón», las libélulas, que al sol se volvían fosforescentes; las oscuras pozas bajo los árboles inclinados, puentes cojos sobre el agua. Sabíamos que el río se desbordaba a veces, en el invierno, y que derribaba trechos del muro de piedras. Pero nunca lo vimos así, rebasado, superado: como huido. Ya sé que ese río vuelve a formarse más abajo. He leído su nombre, lo he oído bajo un puente, ya en el llano, entre las huertas y la tierra fértil de la Rioja. Pero no es nuestro río, no es aquel que nosotros sabíamos. No es el que corría y se llevaba nuestras voces, aquel que nos hurtó, más de una vez, corriente abajo, el pañuelo o la sandalia. No sé adónde fueron su agua verde y oro, su caz umbrío, sus orillas invadidas de menta. Dicen que está ahí, donde el agua se ha ensanchado, tomando un tinte espeso, del color del miedo, e inundándolo todo. Pero no entiendo estas cosas. En el fondo del pantano vivirá aún aquel río. Y, cerrando los ojos, lo veo intacto como un milagro. Un río de oro que corre hacia algún lugar de donde no se vuelve, como la vida.

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