Fuga y tocata de Capellán
«Felices los que eligen, los que aceptan ser elegidos, los hermosos héroes, los hermosos santos, los escapistas perfectos» (Julio Cortázar, 'Rayuela')
El don de la oportunidad es un elemento huidizo, inexplicable, que cae sobre sus beneficiarios como el espíritu santo se derramó sobre los apóstoles. «Más ... vale llegar a tiempo que rondar un año», dice el refranero, y tanto Capellán como Sánchez podrían alzar la mano y presentarse como ejemplos. Los dos sobrevivieron a una fuga, aunque de manera diferente: Capellán decidió irse él y a Sánchez lo echaron sus propios compañeros (¡quién los ha visto y quién los ve!) y lo abocaron a recorrer España en un Peugeot 407.
La resurrección de Sánchez fue tan inesperada como la de Lázaro, como bien nos contó su evangelista, Irene Lozano, pero la de Capellán no resultó menos sorprendente. Justo hace ahora diez años, el político jarrero, consejero de Educación en el Gobierno de La Rioja, anunció su marcha a Londres. La noticia se conoció un domingo –el 16 de noviembre de 2014– y los titulares no ocultaban el estupor general: «Capellán deja por sorpresa el Gobierno para asumir un cargo del Ministerio en el Reino Unido». El puesto se lo había ofrecido José Ignacio Wert, aquel ministro que convirtió la educación española en una empalizada de reválidas y que acabó yéndose a París con su novia, gratificado por Rajoy con un puestazo de los de observar crecer mansamente la cuenta corriente entre canapés y copitas de champán.
En política, la gente que se va no suele volver. Quizá por eso nuestros próceres se han dotado de amables balnearios (el Senado, algunas embajadas) en los que ir apagando poco a poco la pasión política sin verse arrojados a la intemperie de los demás mortales. Cuando Capellán marchó a Londres llevaba tres años de consejero; antes, con 31 años, había sido director general. Con ese gesto pareció enterrar todas sus opciones de relevar algún día a Pedro Sanz, que, en cualquier caso, no parecía estar pensando en su sucesión. «Especulen lo que quieran, que nunca acertarán», retó Sanz a los periodistas. Tenía razón, aunque posiblemente ni él mismo hubiera acertado la resolución de esta fuga inopinada.
Capellán regresó de Londres en 2020 y ocupó un puesto de profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de La Rioja. Dos años después, ascendió a catedrático. Se libró, por lo tanto, de asistir a la versión extrema de 'Holocausto Caníbal' que rodaron los populares en la selva del Riojafórum, con Ceniceros y Cuca en los papeles protagonistas. Aquella formidable efusión de sangre no le salpicó.
La contienda del Riojafórum fue un ejercicio alucinante de democracia interna que sobrevino por el lado más inesperado del cuadro. ¡Ni los de Podemos en sus días buenos! Al PP, sin embargo, esa idea enloquecida y ateniense no le acabó de convencer. A medida que se acercaba la fecha de resolver la sucesión de Ceniceros, a Feijóo le entró temblequera al ver cómo sus discípulos riojanos se encaminaban, lenta pero inexorablemente, hacia la misma catarata. Ya se veía en el horizonte la espumilla del agua cuando Génova envió a Miguel Tellado –un improbable arcángel– a quitar las malas hierbas y cantar la buena nueva: Gonzalo Capellán era –¡debía ser!– el elegido. La unción divina se completó con la aclamación pastueña y feliz de los afiliados, con la única excepción de Alberto Bretón y un puñadito de irredentos.
De esta historia se cumple este mes una doble efemérides (diez años de la fuga, uno de la coronación). Los fabulistas podrían elaborar bonitas moralejas sobre la suerte y sobre los trenes que pasan dos veces, pero también cabe extraer una inquietante y transversal enseñanza política: la victoria lo borra todo.
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