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PILAR HIDALGO* valleiregua@larioja.com
Domingo, 10 de septiembre 2017, 13:21
Rabanera. Rabanera es hoy en día un coqueto remanso de paz y tranquilidad situado en el Camero Viejo, que cuenta con un censo de apenas 30 personas. Pero sus calles exquisitamente forradas en piedra hablan de un pasado de mayor esplendor ligado a una floreciente industria textil que aprovechaba la lana de los rebaños trashumantes.
Rabanera reunió en los albores del siglo XX más de 200 almas. Por aquel entonces disponía de maestra y cartero y, en tiempos, incluso albergó una tejera en la que se fabricaban las tejas para toda la comarca.
Actualmente, Rabanera vive en exclusiva de la ganadería, pero antaño acogió una pujante industria textil basada en la lana de los rebaños trashumantes y de la que actuó como referente la fábrica de los Fernández de Tejada.
Como en otras partes de la sierra riojana, el declive de la lana comenzó en el siglo XVIII y los ganaderos de Rabanera se establecieron con sus ovejas en las dehesas de Andalucía.
Ese pasado de cierta prosperidad y los vínculos de muchos de sus vecinos con los ilustres Solar de Valdeosera y de Tejada se palpan hoy en sus calles y casas de piedra.
Al igual que más pueblos de la sierra, Rabanera cobra vida algunos fines de semana y, fundamentalmente, en verano. Las fiestas constituyen un gran momento para reunir a los hijos y descendientes de este pequeño municipio del Alto Leza.
Antiguamente, las fiestas grandes de Rabanera eran el 9 de junio en honor a los santos mártires San Primo y San Feliciano, primos de San Cosme y San Damián.
Sonia Ochoa, promotora de la candidatura de la localidad y miembro de la Asociación de Amigos de Rabanera, evoca que antaño «se celebraba una misa precedida de la procesión con los santos. A ellos los llevaban los hombres y a la Virgen, las mujeres. Después había baile en la plaza del pueblo». Actualmente, la fiesta se mantiene con procesión y misa y luego se lleva a cabo una comida popular.
Hoy en día se considera que las fiestas mayores son las de Acción de Gracias, que se celebran el tercer fin de semana de agosto. En ellas sobresale la tradición de la enramada, que también pervive en muchos otros lugares del Camero Viejo. Ochoa relata que la costumbre dicta que los mozos colocan ramas de chopo por cada soltera que habita una casa. Al día siguiente, tras la procesión, los mozos pasan por estas casas tocando diversos instrumentos y piden el pago por esos ramos. «Antiguamente se les daban alimentos (huevos, rosquillas,...) y con esto los mozos preparaban una merienda con las mozas», señala. Ahora reciben dinero y organizan una cena para todos los jóvenes del pueblo.
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