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UN MUSEO DEL SIGLO XX EN PLENO SIGLO XXI

Marcelino Izquierdo

Lunes, 17 de octubre 2016, 19:26

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Asegura el escritor francés Laurent Gounelle que «la vida misma está hecha de cambio permanente, de movimiento», que «no tiene ningún sentido aferrarse al » y que «tan sólo los muertos permanecen inmóviles». Les ocurre a los políticos, a los periodistas, a los funcionarios, a los docentes... Cuando alguien permanece en el poder, en un cargo o en un puesto de trabajo más tiempo del justo y necesario, corre el serio peligro de caer en la rutina, en la autocomplacencia. Se apoltrona, vamos.

En plena Transición, allá a finales de los años 70, María Teresa Sánchez Trujillano aterrizó en Logroño como directora del Museo de La Rioja. Casi cuatro décadas han transcurrido desde entonces y, al igual que le ocurre al protagonista del micro-cuento escrito por Augusto Monterroso, «cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí».

No es que llueva sobre mojado, es que a lo largo de estos cuarenta años ha caído el diluvio universal sobre la plaza de San Agustín. Las desavenencias de la directora con la plantilla del Museo vienen de muy lejos, así como las constantes críticas a su polémica gestión.

No obstante, si nos centramos en la reapertura del antiguo palacio de Espartero -tras diez años de cierre de los que la directora no tiene culpa alguna-, las irregularidades son manifiestas: el hilo conductor y el planteamiento museográfico nunca han tenido un discurso coherente; las vitrinas constituyen un sin las mínimas medidas de protección de las piezas; la iluminación con luz halógena de obras de arte singulares -como las Tablas de San Millán- es tercermundista; la errónea atribución a El Greco de un 'San Francisco de Asís', procedente en realidad del Taller de Domenikos Theotokopoulos obligó a corregir las cartelas hasta dos veces; sonrojante es también la atribución a Andrés de Melgar de dos cuadros ('Calvario' y 'Virgen de los Ángeles') que, en realidad, fueron pintados por Alonso Gallego; y así podíamos seguir cuenta por cuenta, como si de un rosario de desatinos se tratara.

Es curioso, porque el Museo de La Rioja abrió sus puertas en diciembre de 1971 y ocho años después paso ya a ser gestionado por su actual directora... y hasta ahora mismo. Eso sí, recibió una institución acorde con aquella España aún convulsa tras la muerte de Franco y dejará -cuando se marche- un Museo todavía propio del siglo XX.

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