Entre leales ladridos de terapia y de reinserción social
El centro de autismo Leo Kanner y la Protectora colaboran en un programa de zooterapia en el que seis jóvenes pasean y cuidan semanalmente a perros
R. G. L.
Domingo, 22 de agosto 2010, 11:19
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Fidelidad, lealtad inquebrantable, amistad... todo para dar a cambio de una leve caricia o una palmada. Los perros se conforman con tan poco que hasta cuando el pago de sus dueños son la desatención, el maltrato y el abandono su respuesta llega cargada de bondad, devoción y nobleza. Eso lo saben bien en el refugio de la Asociación Protectora de Animales de La Rioja, donde casi 140 animales, muchos de ellos torturados y golpeados durante años, han esquivado la pena capital y hoy devuelven el cariño a seres humanos tan necesitados de él como ellos, a través de iniciativas de zooterapia o programas de reinserción social.
La zooterapia o uso de mascotas en tratamientos terapéuticos nació hace más de dos siglos en Inglaterra para el tratamiento de los enfermos mentales y hoy ya nadie pone en duda los beneficios de esas técnicas. Tampoco en La Rioja. De sus virtudes dan fe los responsables del centro de día y residencia de autismo Leo Kanner de Logroño, una instalación puesta en marcha hace dos años y que hoy acoge a 17 usuarios de entre 18 y 48 años. La imposibilidad de tener en la residencia un perro propio, llevó a dos educadoras, Sara Alonso y Ariana Sáenz de Zaitegui, a plantear la posibilidad de iniciar algún tipo de colaboración con la Protectora de Animales, que, de inmediato, ofreció el uso de su refugio, en la carretera de Lardero a Entrena. «Nos pareció una buena idea que los usuarios del centro pudiesen salir fuera y que, además, pudiesen ayudar a animales que están necesitados. Ya llevamos casi un año y medio con esa iniciativa en la que participan seis usuarios», explica Nora Arana, psicóloga del centro. Como muchos de los usuarios tienen dificultades de comunicación y algunos carecen incluso de lenguaje oral, la residencia incluye a todos en todas las actividades para, a partir de ahí, deducir cuáles les gustan más. En el caso del contacto con los perros, después de varios meses de prueba, el grupo formado lo integran cuatro chicas y dos chicos, que durante hora y media acuden semanalmente al refugio (los lunes por la tarde, de 16 a 17.30 horas, y los jueves por la mañana, de 10,45 a 12.15, en invierno; y los jueves por la mañana, en el mismo horario, en verano).
Uno de los que más disfruta es Guillermo, al que todos llaman cariñosamente Guille, quien relató a Diario LA RIOJA su experiencia con 'Hugo', 'Ona' y 'Beltza', los tres perros elegidos para el programa por su docilidad. «Cuando llegamos hay muchos perros fuera y tenemos que esperar a que los metan en las jaulas y luego ya nos sacan a los nuestros, que se llaman 'Hugo', 'Ona' y 'Beltza'. Nos los dan con la correa y les damos un paseo por allí. La verdad es que a mí esa actividad me gusta mucho. Nosotros solemos llevar para almorzar fruta, pero también llevamos algunas galletas para dárselas a los perros, porque les gustan mucho. A mí el que más me gusta es 'Hugo', porque le llevas de paseo y luego cuando me ve comiendo una galleta me mira así y le tengo que dar. 'Hugo' es marrón, pequeñito y no para de correr, pero al final te obedece. Cuando salen se ponen muy contentos cuando nos ven. Los paseamos y la verdad es que son muy buenos y se portan muy bien con nosotros», resume.
Responsabilidad
«Tienen la oportunidad de tocarlo, de acariciarlo, de mantener un contacto. Lo importante es el hecho de poder llevar al perro, porque quieras que no ellos están todo el día dirigidos y allí, durante ese rato, son ellos los que dirigen al animal», aclara Ariana, educadora de Guille.
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«También es una responsabilidad para ellos, saben que deben sacarlo a pasear, darle galletas... Aparte de como disfrute, responsabilidad y compromiso, el animal sirve de nexo entre educador y usuario, puedes conectar a través del perro al invitarle a acariciarlo, porque muchas veces les cuesta el contacto físico y las relaciones sociales», añade la psicóloga del centro. Al refugio no sólo acuden usuarios con lenguaje oral y, de hecho, tres de ellos carecen de él.
Los perros no son el único contacto de los usuarios del centro Leo Kanner con el mundo animal. También se desplazan una vez por semana a Lardero, al centro ecuestre El Dorado, para hacer terapia con caballos. «Ahí están más dirigidos, lo tocan, se montan, les tranquiliza mucho estar en el caballo, pero el que dirige al animal es el educador. Con el perro implica más relación, más responsabilidad», afirma Nora Arana.
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Mientras, la Protectora se muestra favorable a extender este tipo de colaboraciones, según resalta su presidenta, Carmen Faulín, quien confirma que hay abiertas conversaciones con varias asociaciones de ayuda a discapacitados psíquicos, físicos y sensoriales como ASPRODEMA, FEAPS o ARFES Pro-Salud Mental, entre otras. «Nuestra invitación es a cualquier colectivo que quiera algún tipo de colaboración con nosotros, sin olvidar a residencias de mayores, centros juveniles o asociaciones de vecinos o colegios, donde damos charlas de concienciación», resume Faulín.
El trabajo no falta en el refugio de la Protectora. «Tenemos cuatro personas a sueldo porque era la única fórmula posible para tenerlo como nos gusta: abierto de ocho de la mañana a diez de la noche, sacando a los animales tres veces al día, teniendo que medicar a muchos de ellos, se les limpia dos veces... Con entre 130 y 140 animales era imposible de otra forma», resume Carmen Faulín, presidenta de la Protectora. Pero los cuatro contratados no son las únicas manos trabajadoras, a ellas se unen otras muchas: unas por devoción, voluntarios y padrinos; y otras por obligación, como las personas condenadas a cumplir una pena de trabajos sociales en favor de la comunidad.
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«Era una comida de clase y bebí, cuando volvía a mi casa en el coche me paró la Guardia Civil. Me quitaron el carné de conducir, tuve que pagar la multa y, además, me impusieron 20 días de trabajos sociales para la comunidad. Por eso acabé en el refugio de la Protectora, bien acabado por cierto, también es verdad. No se puede ni se debe conducir después de haber bebido. Yo no lo hacía nunca, pero ese día sí. Por supuesto que yo ahora mismo no volvería hacerlo.
Yo me esperaba que fuese algo peor, pero mi experiencia ha sido francamente buena, porque a mí me gustan los animales y, además, los voluntarios y personas que hay aquí son gente muy agradable, que trabaja mucho y que te lo hacen bastante fácil. Yo tenía que estar seis horas cada día, pero como no podía conducir, subía y bajaba en la furgoneta de los voluntarios y me estaba siete horas y media y no me importaba. Al contrario, de hecho me ha ido tan bien y me ha gustado tanto, que voy a seguir subiendo pero ya no obligado, sino como voluntario. Aquí, en el poco tiempo que he estado, he aprendido mucho de los animales, a cuidarlos y a respetarlos. He visto a algunos muy asustados por los malos tratos que han sufrido, a muchos de esos animales les han hecho daño, he visto animales con heridas, psicológicamente machacados».
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«Yo llegué para cumplir 180 días de trabajo para la comunidad, tengo que estar tres horas y media, pero me quedo el doble y así voy cumpliendo dos jornadas en una. Cada día subo a sacar a los perros y a ayudar en la limpieza y mantenimiento de jaulas. A mí este trabajo me gusta y, de hecho, lo pedí voluntariamente. Me iban a meter en la Cocina Económica, pero preferí venir aquí con los animales porque conocía estas instalaciones desde que vine a adoptar un perro. Tenía hasta el 2014 para cumplir la pena, pero he preferido aprovechar ahora que me he quedado en el paro. La verdad es que más que un castigo es una experiencia genial y yo animaría a la gente a que se suba por aquí a colaborar como voluntarios. Además, los perros son muy agradecidos, tanto que yo los prefiero antes que a algunas personas».
«Yo salí de la cárcel tras cumplir una condena de prisión y llegué al 'Tren', el piso de acogida de Cáritas. Estoy cobrando el paro, me queda hasta enero, y por las mañanas hago mis cosas en el 'Tren' y en Arad, pero por la tarde tengo libre y lo que quería era quitarme tiempo de estar en la calle. Al principio pensé en ayudar en el albergue de Ruavieja o en la Cocina Económica porque a mí siempre me han tratado muy bien y quería agradecérselo y devolverles la moneda, pero luego surgió la posibilidad de la Protectora de Animales y no lo dudé; eso sí, cuando me confirmaron que sólo había perros, porque si hubiese habido reptiles yo no hubiese podido porque les tengo fobia. Ahora llevo mes y medio como voluntario en el refugio, adonde subo los lunes, miércoles y viernes para sacar a pasear a los perros. Ellos me ayudan a mí, incluso cuando subo me paso la tarde sin fumar, y yo les ayudo a ellos, porque son animales que tienen miedo y que han sido abandonados y maltratados. Algunos te miran con una cara de pena terrible, otros no quieren ni salir de la jaula...»
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«En el piso de Cáritas estamos cinco o seis personas y la comida de catering que sobra yo la guardo para subírsela a los de la Protectora y que se la den a los animales. El día que no puedo subir, lo echo en falta y me acuerdo de la comida que no les puedo subir porque dos días después ya no va a estar buena».
«Lo que menos me gusta es que arriba en el monte han puesto una verja y los cazadores del coto todo el día andan advirtiendo de que los perros no se pueden soltar, pero ellos sí lo hacen. Yo animaría a la gente a subir y colaborar y también pediría a las autoridades que apoyen a la Protectora porque, aunque las instalaciones no son malas, sí que se necesitaría que los animales no pasen tanto frío en invierno y que las naves no sean un horno en verano».
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