¡Que viene el nuevo gobierno!
Cuando un niño no se quería ir a dormir, en los tiempos en que asustar a un niño no requería visitar al psicólogo, se le ... amenazaba con la llegada del Coco o con el hombre del saco -este último era muy gráfico porque los pobres de pedir, que iban de pueblo en pueblo, siempre llevaban saco y su aspecto no era muy edificante-. En Holanda no, allí se les asustaba con la llegada del duque, el de Alba, que imponía más que miedo desde que arraso Flandes, cuando los tercios españoles dominaban Europa.
Ahora, nos intentan asustar, como si fuésemos niños que no quieren ir a la cama, con la amenaza de que llega o no llega el nuevo gobierno, y lo hacen desde ambos lados del espectro político; es el viejo mantra de que 'los otros' son el mal, que tanto gusta a los militantes con aspiraciones de cargos que, dicho sea de paso, son la mayoría.
Es cierto, parafraseando a mi abuelo, que Sanchez hizo «un pan como unas hostias» al convocar otra vez elecciones, pues si antes podía formar gobierno sin demasiado esfuerzo, pactando con cualquiera de los dos lados, después de la consulta necesita pactar hasta con el diablo si quiere formar gobierno, ese diablo que tiene pezuñas y garras con las que no te suelta fácilmente, y que, cuando se aburre, con el rabo mata moscas o corta carreteras, vaya usted a saber; sí, ese que sabe más por viejo que por diablo.
Siempre se nos ha dicho que los políticos han de mirar por el bien común, pero tenemos la sensación, cierta o falsa, de que los intereses partidistas, cuando no los particulares, van por delante de los intereses generales; de otra forma, cuesta entender el callejón electoral, de difícil salida, a que nos ha llevado la cerrazón de casi todos los partidos.
La izquierda más montaraz nos quiere convencer de que la derecha es el franquismo resurrecto, como si no hubiésemos estado allí y no conociésemos de primera mano lo que era el franquismo; la derecha más retrógrada dice que la izquierda es Stalin y que sólo hace falta en el toreo, como dialogaban don Herculano y don Serenín en el delicioso opúsculo 'Para cuándo son las reclamaciones diplomáticas', de nuestro gran don Ramón de las barbas de chivo. Si hiciésemos caso a los extremistas de ambos lados, acabaríamos mal; y, si hiciésemos caso a algunos nacionalistas, acabaríamos peor.
Es cierto que, en teoría, la derecha es menos sensible, en los temas sociales, que la izquierda, pero la izquierda, también en teoría, suele disparar el gasto y presenta más riesgo de que Europa nos corte las alas -léase rescate con bajada de pensiones, salario de funcionarios, etc.- Como decía mi abuela: «¡Acertar quisiéramos!».
Ante esta tesitura, ¿qué gobierno conviene más? ¿Izquierda con aguinaldo nacionalista? ¿Gran coalición con recelos por todas las partes? Siempre quedaría la posibilidad de unirse los grandes partidos, sólo para reformar la Constitución y no depender de los nacionalismos, como hacen en Europa, y luego convocar elecciones y que Dios reparta suerte. ¡Que falta hace! Así dejaríamos de asustar con lo de «¡que viene el nuevo gobierno!».
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